Un siglo de vida ejemplar

Edgar Pesántez Torres

Pocos son los ciudadanos a los que se los recuerda con tanto afecto antes y después de su muerte por sus grandes virtudes y ejecutorias, uno de ellos es el fino caballero Leoncio Cordero Jaramillo que acaba de fallecer después de caminar recto por más de un siglo. Luchador infatigable por los nobles ideales humanos: médico, científico, maestro, político y periodista al servicio de la libertad y la verdad.

He de borronear este homenaje al Dr. Cordero con breves reseñas que salen del alma, consciente de ser limitado para pincelar su ilustre figura, acordándome lo que él mismo alguna vez me dijo cuando relievaba uno de sus escritos reflexivos: “Estimado colega y amigo: No se puede escribir a la perfección, por eso mismo el lápiz tiene borrador”.

En la Universidad disfrutábamos de sus clases de Patología y su libro “Tumores”. Era de una puntualidad única, pues siempre llegaba 5 minutos antes al aula y cuando la hora marcaba las 07H00 atrancaba la puerta con una silla para que nadie interrumpa su charla. No obstante, nuestra cultura del atraso hizo que en una ocasión la mayoría no estuviéramos a la hora señalada, lo que enfadó al maestro que cogió su maletín y … adioses muchachos. Despavoridos fuimos a su casa a excusarnos e implorar que no renuncie y regrese a impartirnos sus sabias enseñanzas. ¡Dios intercedió por nosotros!

Fue un docto maestro, un médico sapiente y caritativo, un amigo benevolente y cortesano, un escritor y periodista de pluma exquisita, un ciudadano puro y transparente, un político honesto y ejemplar. Identificado como de derechas vivió como de izquierdas, en contraposición con los que dicen ser de izquierdas pero viven como los de derechas. Pudo ser un zar en bienes por su éxito profesional y en la actividad pública, mas, murió en una casa sencilla y se fue liviano de equipaje, dejando eso sí un fardo plúmbeo de valores para ejemplo de los que quedamos.

Fue otro sobreviviente de fuste que hasta hace poco me llamaba para aprobar algunos escritos míos. En una de ellas le respondí que, si encontraba mérito en lo que decía se lo debía a él y que los errores era mi responsabilidad. Siempre llevo en mente que debemos la misma gratitud a los que nos dieron la vida como a los que nos dieron la luz. ¡Hasta siempre Maestro! (O)