A tientas

Andrés F. Ugalde Vázquez.

Yo, al menos, lo tuve claro desde un principio. Y fue una suerte. Será porque muy temprano y por pura casualidad, cayeron en mis manos algunas obras definitivas que exploraban la democracia y las grandes teorías. Lo cierto es que, antes de cumplir la mayoría de edad, yo sabía con meridiana claridad que lo mío era la economía y la política. Sí, fue una suerte. Una que no todos tienen. Por el contrario, me temo que la mayoría de jóvenes se encuentran perdidos en un confuso laberinto de formas cambiantes donde es cada vez más difícil proyectarse al mundo en el que les tocó vivir.

Y hay que reconocer, hoy mientras más de ocho mil jóvenes en nuestra región rinden el Examen de Acceso a la Educación Superior, que nosotros como adultos, muy poco hacemos para ayudarlos. Nos limitamos a confiar en el impreciso concepto de “vocación” y ponemos sobre sus hombros el tremendo peso de decidir su futuro. Y esto, claro, cuando no intentamos influir para la elección de nuestra misma profesión o de aquella “requerida” para el negocio familiar; cuando no filtramos su vocación a través de nuestros prejuicios y opiniones, forzando la elección profesional ceñida a la rentabilidad, relegando su verdadera vocación al estatus de hobby.

Luego ¿Cómo ha de elegir el joven adolescente su profesión? ¿cómo podemos ayudarles? Pues ciertamente no soy yo quien tiene esa respuesta. Sin embargo, se me ocurre que podríamos empezar por comprender que nuestros hijos no tienen por qué parecerse a nosotros. Que deben ser felices en sus propios términos. Que las profesiones rentables no existen, como no existe tampoco el concepto de riqueza. Que no hay recetarios ni manuales para las cosas transcendentales de la vida. Pero es importante, eso sí, comprender que su deber no es ser ricos, sino felices. Alejarse de la monotonía y el bostezo universal. De la existencia gris a cambio del salario y la seguridad. Se trata de plantear la vida, no en términos de verdades terminadas sino de herramientas para cuestionarlo todo, buscar su propia verdad y – en palabras de Hernán Malo – una vez encontrada, convertirse en su apóstol…