DERROTA Y TRIUNFO

La Semana Santa culmina con un acontecimiento glorioso: la resurrección de Cristo luego de una secuencia a agresiones e infamias, que culminó con su muerte en la cruz. Para los fanáticos religiosos que cuestionaron los nuevos mensajes, esa muerte fue un triunfo inigualable que garantizaba sus privilegios sustentados por la divinidad. La resurrección transformó ese triunfo en derrota y a la inversa. En la vida humana, de diversas maneras, se da una controversia entre intereses que, con más frecuencia de lo deseado, están de por medio ambiciones individuales a costa del bienestar colectivo, con triunfos transitorios de lo negativo.

En el comportamiento individual, a lo largo de la existencia, se da una secuencia de éxitos y fracasos que suenan a triunfos y derrotas con las consiguientes reacciones emocionales. Además de problemas poco trascendentes que los solucionamos mediante hábitos adquiridos, vivimos con proyecciones al futuro y aspiraciones que requieren esfuerzo y, a veces, renuncias cuyos resultados, conforme a lo esperado, no siempre son positivos. Esta alternancia dinamiza la vida y le da sentido en cuanto incentiva esfuerzos para superar las aparentes derrotas, sin dar las características definitivas. Suele decirse que la vida es una permanente lucha sin triunfadores, ni derrotados definitivos.

Es importante aceptar esta secuencia a lo largo de la vida, superando las tendencias a dar carácter definitivo a lo que nos ocurre y conscientes de que siempre debemos actuar con miras a la superación, sin alucinamientos excesivos, ni pesimismos sobrecogedores. Es importante dar especial prioridad a los ideales que tenemos sin creer que todo está dado, sino pendientes de que su realización definitiva depende de nuestro esfuerzo para salir delante, de lo que puede parecer una derrota insuperable. El bienestar individual en gran medida depende del colectivo del que todos somos responsables. La muerte y resurrección de Cristo es aplicable, a lo pequeño y a lo grande.