Una guerra sin salida

Hernán Abad Rodas

La guerra civil en Siria empezó el 15 de marzo del 2011, en pleno estallido de las primaveras árabes, con un grafiti en la ciudad de Deraa que decía: “Es tú turno, doctor”, en alusión al presidente Bashar Al Asad, que es oftalmólogo.

Diez años después, el dictador sirio no sólo no ha sido derrotado ni derrocado, sino que sigue en el poder gracias al apoyo ruso e iraní, la retirada de EEUU, y el papel de Turquía contra los Kurdos.

Una vez miraba fotografías macabras del genocidio de nuestros hermanos sirios, cometidas por el sanguinario déspota de Damasco Bashar Al Assad y difundidas por los diferentes medios de difusión pública; dejé de lado el libro que me encontraba leyendo, porque mis visiones acallaban las palabras y volvían las páginas blancas para mis ojos, y luego exclamé: ¡Te escucho hermano sirio! Oigo tu llamado del otro lado del mar, y siento el amargo sabor de tus lágrimas; luego abandoné mi habitación y caminé por el pasto de mi jardín, el rocío de la noche mojó mis pies y los bordes de mi vestimenta, y bajo las flores de los geranios, el cielo tejió un velo de luz de luna y lo desplegó sobre mi rostro que lo tenía empañado por las lágrimas.

Los habitantes de Siria continúan durmiendo entre los escombros de sus casas destruidas, que están aún rodeadas de sauces y nogales forrados con el humo y el soplo de la muerte; los que en ellas habitaban, ya partieron para la tierra de los sueños.

Los sobrevivientes del genocidio se inclinan bajo el peso de los cañones del déspota de Bashar Al Assad, y el empinado de la hierba afloja sus rodillas; el temor y las lágrimas oprimen sus ojos, y los fantasmas del miedo y la desesperación los llevan a refugiarse en los países vecinos.

Por las siniestras callejuelas de Damasco pasan los espíritus funestos del cruel dictador y sus acólitos; en las grietas de los muros, aparecen las víboras del autoritarismo, la codicia, la vanidad, la lujuria y el escalofrío del miedo y la enfermedad mezclados con la agonía de la muerte que se estremece por las calles de Damasco.

Los gemidos y los lamentos de las víctimas de la cruel represión en Siria, siguen llegando a mí como una procesión de tinieblas que no se detiene frente a mis sueños de paz, justicia y libertad; entonces digo a mi corazón: Cálmate hasta que llegue el día de la libertad y la democracia, pues quien luego de una oscura y lúgubre noche aguarda el día con paciencia, lo hallará, y quien ama la luz, será amado por ella. (O)