80 años

Andrés F. Ugalde Vázquez. @andresugaldev

Querido viejo, quien hubiera dicho que la vida nos regalaría este momento, este luminoso momento en el que celebro tu vida. Esta época dorada, bien lo dicen, en el que sigo con atención los detalles de tu historia en las largas charlas que tenemos, tratando de imaginar tu vida de óleo y acuarela, de aprenderte desde tu pasado y seguir ese ejemplo de moral ética y moral inexpugnable, que me enseñaste de pequeño, y hoy defiendo como una fortaleza asediada.

Y hoy, cuando el espejo me recuerda a ti cada mañana, se y te reconozco una parte esencial de mi vida. Una presencia constante, aún durante esa tempestuosa e irascible juventud en la que puse a prueba tu paciencia, tantas veces. Pero tú no fallabas, porque no sabes cómo fallar. Y ahora, leyendo en el libro de mi vida, miro las páginas escritas y veo siempre dos renglones escribiendo en paralelo.  Alguna vez pensé, debo confesarlo, que había solo uno. Que escribía solo. Ahora sé que eran los tiempos en los que perdí la pluma y el tintero. Y eras tú que escribías por los dos. Por eso, cada vez que me siento frente a este teclado, te reconozco en mi palabra. Y será por eso que escribo también un poco para ti, con la esperanza de que, entre mis muchos errores, reconozcas un par de aciertos y me encuentres un hombre bueno, como tú, que es lo más que se puede ser en este mundo.

Hoy te miro, con un nudo en la garganta, cumplir también tu rol de abuelo. Esa pareja inseparable en la que se han convertido tú y mi pequeña Sofía. Esa ecuación de ternura infinita en la que yo no tengo lugar. Y eso está bien. Tienen derecho, ella descubriendo su primavera y tu presintiendo tu otoño, a disfrutarse mutuamente sin las preocupaciones mundanas. Déjame eso a mí, viejo querido. Déjame tomarte la posta y plantarle cara a ese mundo que aprendí a comprender desde la luz de tu ejemplo y tu sabiduría. 

Feliz cumpleaños viejo, en tus primeros ochenta años… (O)