Un día gris

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

La mañana amaneció gris y húmeda. Nuestras almas y miradas también. Fue imposible conciliar el sueño desde que supimos que no te volveríamos a ver más. El apetito se disipó, el ánimo decayó, las sonrisas se borraron. Ya nada tenía sentido. Nada. Al menos no para las que fuimos tus amigas desde hace cuarenta años. Tantos años que resultaron muy cortos para la amistad entretejida y profunda que creamos. Esa mañana te despedimos con una ceremonia sencilla, como tú lo fuiste. Rosas blancas, palabras sentidas y un torrente de lágrimas viajaron río abajo lavando nuestra inmensa pena. Es sólo un decir que se lavó, pues la pena se transformará en nostalgia, aquella que se recuerda con infinito cariño.

Recuerdo cuando pasabas por mi casa para subir juntas al colegio. En los recreos, nos turnábamos con las amigas para comprar sánduches de mortadela con chifles triturados. Recuerdo también las pijamadas, los paseos a tu quinta de Chuquipata, las tardes de estudio en tu casa la víspera de los exámenes trimestrales, las que se dividían en tres partes: la primera estudiábamos, la segunda comíamos embutidos, y la tercera nos íbamos al “turco” del que salíamos sumamente relajadas.

Cuando heredaste el Autobianchi de tu hermano mayor, salíamos a pasear como sardinas en lata por el tontódromo: dando vueltas por el estadio, por las “chirimoyas” y por el mini Patricia en el que comprábamos helados de cola rosada. Un día decidimos alternar el auto por las bicicletas. Una detrás de otra, en fila india, paseábamos un viernes por la tarde cuando “todo Cuenca” salía a ver y a ser visto. De repente, pasó un Austin café pitando como loco. Era el Xavier, el que después se convertiría en tu esposo. Emocionada, te viraste para verle y perdiste el equilibrio. Chocaste a la de adelante y lo demás fue un efecto dominó. Sentadas en la vereda y con las llantas ponchadas, esperamos a que asome algún comedido que nos llevara a parcharlas. Las fiestas de disfraces que hacía tu hermano Pepe eran renombradas. No nos perdíamos ni una. Pero ahora las luces se apagaron, la música dejó de sonar, la tristeza y el llanto nos abruma y no hallamos consuelo alguno. Nos vas a hacer falta, Sonia querida. Tu sonrisa cristalina quedará esculpida en nuestra memoria. Y los abrazos que quedaron pendientes, te los daremos en otras vidas. (O)