Vértigo y vorágine

Alberto Ordóñez Ortiz

Nos encontramos en un momento histórico en el que se hace difícil, por no decir imposible, el mantenimiento de los conceptos filosóficos y de todo orden, incluidas, las ideologías y las religiones. El avance científico y tecnológico es tan vertiginoso que arrasa con los juicios de valor que nos sojuzgaban a la vuelta de la esquina. Su prisa no da opción a los contornos fijos y por nada se detiene. El vértigo y la vorágine son su espejo. El presente, es un vórtice en el que lo imposible pierde vigencia y es remitido al sótano de los objetos inservibles.

Ahora sólo cabe lo imposible, porque lo posible ya existe. Y como lo posible es objeto de constantes mutaciones, avanzamos -si es que en realidad lo hacemos- a través de un laberinto en el que la individualidad es reemplazada por un pensamiento uniforme que –sin que nos percatemos- nos es impuesto a nivel colectivo. Las respuestas no son cuestionadas, porque provienen del “infalible” internet y de su vasto conjunto de artilugios: brazo ideológico de la globalizadora masificación. Así las cosas, la propia sociedad tiende al anonimato y el hombre sólo carece de importancia. En esa guisa, recuperar nuestra independencia conceptual es ¡qué duda cabe! la batalla crucial de estos inquietantes tiempos, porque solo así podremos recuperar la libertad de ser nosotros en toda su vasta dimensión y plenitud.

Entender que somos a la vez de esta y de todas las épocas, y que somos la suma de todos nuestros triunfos y derrotas, es aceptar nuestra falibilidad humana. Solo entonces será posible que entendamos que las “verdades oficiales” son eso y nada más, y que por tanto es imperativo que recuperemos nuestra sagrada individualidad. Y lo más importante, aceptar que no hay más verdad -por pequeña que sea- que la que descubrimos nosotros y nuestras portentosas antenas cósmicas. (O)