Duda y confusión

Los actos instintivos responden de una manera cuasi automática a los estímulos que se dan ante necesidades y peligros, están exentos de reflexión como ocurre en la vida de los integrantes del reino animal y buena parte de nuestro comportamiento. La capacidad de razonar, en buena medida, proviene de la duda como consecuencia del desconocimiento o incertidumbre para tomar decisiones pequeñas o grandes. Pensadores de importancia creen que la duda es la madre de la sabiduría ya que impulsa al ser humano a pensar en búsqueda de soluciones. En el ámbito tecnológico un importante número de problemas han eliminado las dubitaciones y la certeza nos exime de tomar decisiones.

Pero la duda, con frecuencia, provien de abundancia de puntos de vista que, al carecer de fundamentación sólidas, crean confusiones que alteran el comportamiento colectivo y obstaculizan la realización de actividades importantes. La actitud de un sector de población   ante la necesidad de vacunarse para prevenir el COVID-19 es un ejemplo. El desconocimiento de la manera de enfrentar este virus incentivó a científicos calificados de varios países a buscar y elaborar vacunas con un muy elevado nivel de eficacia y a que los Estados desarrollen campañas para que los ciudadanos la usen, como la más seria medida para detener su avance, como ha ocurrido en el pasado con otras enfermedades.

Han aparecido vacunas de distintas marcas provenientes de diversos países, que ha dado lugar a criterios sobre su eficacia. Las redes sociales, plagadas de “sabios y genios” han hecho que en algunos sectores surjan confusas dudas sobre sus efectos positivos y negativos y ha incidido el ausentismo como obstáculo innecesario para las campañas y a que, sin razón, personas comunes y corrientes sólo acepten determinadas marcas. No sólo se trata del bienestar individual ya que su efecto es colectivo. A mayor número de vacunados, menor número de transmisores.