Azuay tiene 2.300 muertes en exceso por la pandemia; los fallecimientos empiezan a bajar

Hace un año, Azuay estaba en su pico más alto de muertes por covid-19, hoy los niveles son similares al 2019. Así ha evolucionado la tasa de mortalidad durante la pandemia.

En marzo del 2020, un paciente sospechoso de coronavirus ingresa al área de triage del Hospital Vicente Corral Moscoso para coronavirus escoltado por un trabajador de la salud. Archivo /El Mercurio

Reportería y redacción: Daniel Pachari
Levantamiento de datos y visualización: Marcia Martínez

En el 2020, Ecuador aprendió a dimensionar el exceso de una forma muy dolorosa: contando el número de muertes que ocurrían en medio de la pandemia del coronavirus

El 13 de marzo, el país confirmaba su primera muerte a causa de la covid-19. Un mes después ya eran 369. En mayo, superaban las 1.500. Aunque el número crecía más rápido de lo normal, las cifras no parecían lo suficientemente altas todavía y las vidas que se perdían se convirtieron en un registro diario que con el tiempo fue perdiendo interés. 

Al culminar el 2020, el año pandémico, Ecuador reportó oficialmente 14.034 muertes por coronavirus. Un dato demasiado alejado de la realidad: el Registro Civil reportó 45.464 muertes en exceso en esos 12 meses, en comparación con el promedio de los últimos cinco años previos.

Número de defunciones generales Ecuador 2015- 2020. Fuente Registro Civil

En Azuay, el Registro Civil registró 4.903 muertes en el 2020 por todas las causas; 1.362 más que el promedio de los cinco años anteriores.  De estas, apenas 436 fueron identificadas como covid-19. Pero las principales causas de muerte reportadas el año pasado están relacionadas con las complicaciones en las que deriva esta enfermedad. 

Muertes en Azuay 2015-2020. Fuente: Registro Civil
Principales causas de muerte registradas en Azuay en el 2020. Fuente INEC

Hace un año exactamente, Azuay se encontraba en el peor momento de la pandemia del coronavirus. Agosto fue el mes que mayor exceso de muertes se registraron: un 87 %, según un visualizador elaborado por Sebastián Naranjo, analista senior en Cálculo Electoral.

Julio, agosto, septiembre fueron meses críticos. Los hospitales estaban saturados, los médicos hacían jornadas extendidas, las familias buscaban oxígeno, camas UCI y dinero para pagar los tratamientos. Era imposible enfermarse de gravedad. Las posibilidades de ser atendido eran muy bajas. 

Y, aunque las restricciones se relajaron durante los últimos meses del año pasado, eso no ocurrió con los contagios y los fallecimientos. Los primeros meses del 2021 el número de muertes totales superó al promedio normal, como se puede ver en el gráfico de abajo. En abril y mayo hay un nuevo pico y un mes después, la curva empieza a descender.

Número de muertes mensuales en Azuay por todas las causas. Comparativa entre los años 2019, 2020, 2021 (con corte al 16 de agosto del 2016). Fuente Registro Civil

Este 18 de agosto del 2021 ocurre algo esperanzador: las muertes diarias en Cuenca llegaron al nivel del 2019, según una recopilación hecha por Andrés Robalino, experto en datos, con base en la información del Registro Civil.

El descenso de muertes es un indicador positivo de cómo evoluciona la pandemia. También la disponibilidad de camas hospitalarias y de tratamientos.

Según el registro que lleva Andrés Robalino, con corte al 10 de agosto de este año, en Azuay, el exceso equivale a 2.382 vidas. Fernando Quinde es una de ellas. Murió el 20 de agosto del 2020, tras tres semanas de batallar contra la covid-19. Su familia nos contó su historia.

“El Covid acabó con la tranquilidad y el bienestar de mi familia”

En el sector de Ricaurte, al este de Cuenca, habita la familia Quinde Baculima, que ha dedicado su vida al negocio de la venta de pollos y carne en el mercado 9 de Octubre. Con este negocio, Fernando Quinde y Patricia Baculima lograron sacar a su familia adelante, dar estudio a sus tres hijos y llevar una vida sin mayores necesidades.

La sala, como toda su casa, está decorada con varias imágenes religiosas,entre ellas  destaca un pequeño altar lleno de flores donde reposa la imagen de Fernando Quinde, el mismo que es de alto grado simbólico para su familia. 

Antes de hablar sobre cómo la covid-19 cambió sus vidas, Patricia y su hija Karla recuerdan cómo era su cotidianidad en el inicio de la pandemia.

Desde el anuncio del primer caso y las restricciones impuestas en el país, la familia creyó que todo pasaría en unas semanas, “máximo en un mes” comenta Patricia, quien recuerda que, desde el inicio, la pandemia limitó mucho su trabajo.

“Ya no podíamos vender todo el día en el mercado… Las ventas bajaron mucho, pese a eso teníamos nuestros clientes”, cuenta.

Poco a poco, familiares cercanos se fueron contagiando, algunos con síntomas muy fuertes. “En mi círculo familiar ya había personas contagiadas, por eso nuestro cuidado era más fuerte. No sabría donde me pude contagiar, ya que trabajaba con todas las normas de bioseguridad”, dice la mujer con una voz de confusión e impotencia mientras recuerda la vez que sintió el primer síntoma de la enfermedad.

En julio del 2020 empezó a tener síntomas de gripe. «Fui al médico y me dijo que era rinitis, me recetó medicamentos y me alivié por un tiempo, seguía trabajando en el mercado hasta que comencé a tener síntomas más fuertes”. Ese tiempo decidió aislarse y acudió al médico que trató a su suegra de la covid.

Tras emitir un suspiro, Patricia cuenta que el 26 de julio se realizó una prueba para diagnosticar la Covid-19. Dio positivo. En ese momento el temor la invadió por completo: “Pensaba en Guayaquil, donde meses antes la gente  moría en las calles y nadie retiraba sus cuerpos”.

“Fernando (su esposo) siempre estuvo conmigo, contrató una enfermera para que me acompañe a todo lado, para que yo no estuviera sola con la enfermedad”, relata. 

Hasta el 27 de julio, Karla junto a su padre se hicieron cargo del negocio familiar, fecha que recuerda como una de las más feas de su vida.

“El lunes 27 de julio mi papá se sentía mal, sudaba mucho y se veía decaído. En la tarde no llegaba a la casa, todos nos  preocupamos y luego nos enteramos que había estado en la clínica. Ahí el médico le recomendó aislamiento por la sospecha de Covid-19, que días después se confirmó”.

Aislados en su casa, con sus hijos y empleados a cargo del negocio, Patricia y Fernando pasaban horas difíciles. En la noche del 30 de julio todo se puso peor. “Sentía que me moría, los ojos me ardían demasiado, parecía que me hubieran echado ají”, recuerda Patricia con una voz acelerada que denota su sentir.

“Yo gritaba ¡Auxilioooo!, ¡Auxilio!.. en mi cuarto, mientras sentía que me ahogaba porque tenía demasiada tos, lo que no me permitía respirar”, recuerda.

Necesitaba oxígeno. Pero conseguirlo fue muy difícil por la escasez de este producto en esa fecha. Lo consiguió, pero sentía que sus síntomas solo empeoraban, mientras su esposo -aún contagiado pero sin síntomas fuertes- la cuidaba.

Para el sábado 1 de agosto, la salud de Fernando había empeorado y ahora su esposa y él permanecían con oxígeno aislados en su habitación. 

-“Mi papi y mi mami estaban acostados boca abajo en la cama, sin poder respirar, con oxígeno y luchando por su vida”, comenta Karla.

“Estar en la sala de pacientes con Covid es para valientes”

Al día siguiente, Patricia y Fernando fueron trasladados a una clínica privada. Karla recuerda ese día porque fue el último que pudo escuchar la voz de su padre.

“Yo no estaba en la casa, le llamé a mi papá para preguntarle una cosa de los clientes y él me dijo: ‘Karlita, ve como tú lo resuelves, porque yo ya no puedo más’. Esa fue la última vez que hablé con mi papá”, recuerda.

Tras escuchar a su hija, Patricia recuerda el momento en que ingresó junto a su esposo a la casa de salud, como uno de los “más aterradores” de su vida.

Les pusieron en camillas diferentes. “Yo le podía ver un poco, hasta que me llenaron de cosas; me pusieron un saturador, oxígeno, sueros, mascarillas y me voltearon boca abajo”, cuenta Patricia.

“Estar ahí boca abajo le acaba a uno, se pierde la noción del tiempo”, cuenta a la vez que mueve su cabeza como si el recordar ese episodio le causara malestar.

Al segundo día de estar internada, Patricia logró ver que se llevaban a su esposo a otro lugar y ella no sabía por qué. De hecho, pensaba que le iban a realizar exámenes y que a ella también le llevarían.

Recuerda que cuando lo trasladaban su esposo le dijo: “Pato, ¿a dónde me llevan?”  Ella le contestó: “No te asustes yo ya me voy contigo. No sabía que esa era nuestra despedida.”

Poco a poco, Patricia se fue recuperando sin saber nada de su esposo y de sus hijos. Sus brazos llenos de pinchazos y de color verde indicaban la cantidad de veces que le habían sacado sangre para realizarle exámenes. Algo que ella no soportaba más.

“Un día, al ver que ya no tenían de dónde sacarme sangre, me sacaron de la ingle, grité tan fuerte que creo que se me escuchó en toda la clínica… fue tan feo, me sentí muy mal, sentía que me torturaban”, detalla. 

El martes 4 de agosto, un día antes de salir de la clínica, le pidió a una doctora que le preste una llamada para poder hablar con sus hijos. Para Karla, esos días fueron muy fuertes y sentía una soledad inmensa, recuerda que lloraba a diario cuando el doctor le decía que sus padres estaban muy mal y solo quería tener una buena noticia que le de esperanza.

“Cuando  escuché el teléfono contesté y me di cuenta que era mi mamá. Fue increíble, sentí un alivio indescriptible, incluso lloré, fue una emoción muy grande”,  recuerda entre una mezcla de lágrimas y sonrisas.

El miércoles 5 de agosto, Patricia recibió el alta, se dirigió a su domicilio, todavía con oxígeno y con el temor de volver a recaer.

“El último adiós de mi papá”

Desde el 3 de agosto, Fernando permaneció intubado. Solo y sin saber nada de su familia. Tras varias complicaciones, fue sometido a una traqueotomía para intentar salvar su vida.

“De los 18 días que mi esposo estuvo en la clínica, pudimos verlo una sola vez a través de videollamada. Estaba lleno de tubos y equipos, además lo tenían amarrado, porque él intentaba quitárselos, ya que no estaba acostumbrado a estar en clínicas u hospitales”, relata Patricia. 

El jueves 20 de agosto, Fernando Quinde, de 44 años, perdió la batalla contra la covid, tras casi tres semanas de haber sido internado en la clínica, donde luchó por su vida, con la ilusión de volver con su familia.

“El jueves en la mañana sonó mi celular, fui a contestar y era nuestro doctor de cabecera, quien me dijo ‘Patricia lo siento mucho, Fernando se nos fue’”.Tristeza, incredulidad, dolor y más dolor es como esta familia describe sus sentimientos en ese momento. La resignación va llegando poco a poco, con el consuelo de que Fernando los cuida desde un lugar mejor, “donde no tiene dolor y está más tranquilo”. (I)