La nueva pandemia

Hernán Abad Rodas

Es indudable que la contaminación ambiental, y la demolición de la naturaleza, constituyen un grave problema de salud pública.

Nuestro planeta sufre un deterioro muy grave, amenazando la supervivencia de una gran parte de la humanidad. Los informes científicos son cada vez más alarmantes. Drásticos cambios climáticos que todos los sentimos, altísimas o muy bajas temperaturas, deshielos, huracanes devastadores, islas de plástico, contaminación ambiental por todo lado, deforestación, pobreza etc.

Como vemos, estamos empeñados en la ingrata tarea de destruir el mundo, arruinar los bosques, contaminar los ríos y los páramos, transformar los mares y las quebradas en auténticos botaderos de basura.

La crisis climática es ya una “nueva pandemia”, y su “reloj de destrucción” del planeta sólo se detendrá, si los países destinan dinero, tiempo y recursos humanos a la transición hacia la energía renovable, es lo que concluyeron hace pocos días, líderes de América reunidos en una cumbre virtual.

Como advierten muchos ecólogos, el hombre podría encontrarse dando sus últimas boqueadas en una atmósfera más parecida a un estercolero que al aire, sino se toman rápidas y decisivas medidas.

La destrucción sistemática de la naturaleza es un hecho escalofriante y real; y lo que empeora este oscuro panorama, es que va acompañada de la demolición de los supremos valores humanos como la paz, la libertad, la ética, la dignidad, la verdad, la democracia etc.

La solución al problema antes mencionado es compleja, y requiere un cambio del modelo de producción y consumo a nivel planetario. Demanda de un esfuerzo a ese mismo nivel, de estados y sociedades.

La única vacuna contra la nueva pandemia, es combatir la contaminación ambiental, refrenar la codicia y practicar la frugalidad, existen tres razones para hacerlo: mantener la dignidad humana, proteger nuestra propia generación de los peligros de la contaminación y conservar para las futuras generaciones los limitados recursos de nuestro planeta.

Al crear el mundo, Dios desprendió un hálito de Sí mismo y de él creo la belleza de la naturaleza. Derramó sobre ella su bendición y le dotó de gracia y bondad.

La naturaleza cura las ambiciones de la carne y las enfermedades del alma. (O)