Diálogo, intereses y conflictos

Amenazas de un estallido social al más puro estilo del efectuado en octubre de 2019, anticipadas negativas a los proyectos de ley o reformas de otras a ser remitidas por el Ejecutivo a la Asamblea Nacional; intransigencia de ciertos sectores políticos, de gremios y organizaciones sociales como si la pandemia no hubiera causado mella en la economía del país; más la posibilidad de convocar, por parte del gobierno, a consulta popular, ya enredan al Ecuador.

Hay organizaciones políticas, aun las más serias, ideológicas y orgánicas, actuando, incluso desde la Asamblea, como si ya estuvieran en el 2023.

Y quieren llegar a ese año sin “mojarse el poncho”, con el mismo discurso facilista, como si la crisis económica y social del país se solucionara con proclamas, vendettas, manteniendo los mismos esquemas de inequidad, corruptos, clientelares, e invocando al pueblo, como si el pueblo subsistiera con violencia, magia y letanías de viejo cuño.

En medio del letargo – a lo mejor por la orfandad política en la Asamblea-, respecto a remitir su propuesta económica, sobretodo la tributaria y laboral, el gobierno vuelve a llamar al diálogo a los sindicalistas y dirigentes de las demás organizaciones sociales.

Pero si al diálogo se va pensando en las próximas elecciones, en ser reacios a no entender al Ecuador del antes y del después de la pandemia, en solo pedir, exigir y amenazar, el provecho no será mayor.

En esa misma media, si el anfitrión no transparenta sus propuestas, se muestra ambivalente, o busca cargar el peso de la crisis en las clases golpeadas y casi sin respiro, u obvia exigir tributar más a los grupos pudientes, el provecho tampoco será mayor cosa.

Si de ese diálogo fueran parte los millones de desocupados, quienes emigran o viven con menos de un dólar al día, el provecho fuera mejor.

En ese diálogo no puede faltar la Asamblea. ¿Lo saben los asambleístas?  ¿Lo entienden?

Hay un común denominador para dialogar: la cruda realidad del país. Es hora de sentarse y entre todos, sin renunciar a principios y derechos, ver cómo dirigir la brújula en una misma dirección.