Ya viene el cuco

Alberto Ordóñez Ortiz

El vocablo “cuco”, muy usado en el país, tiene una larga historia que hunde sus raíces en la lengua Celta y que, a los niños malcriados y ahora a los legisladores de poca monta, (por algo les dirán de poca monta. Vaya Usted a saberlo), excepciones de por medio. Lo cierto es que a los primeros se les dice que el cuco se esconde detrás del armario y, a los segundos, tras los murales con que Guayasamín ilustró a la asamblea, aunque se sostenga que es imposible que se puede ilustrar a esa mayoría, ¿cuál? pues, cual otra que la de poca monta. Amén. Así sea.

Proviene del término “cucullos” (el que usa capucha) y que por su fea apariencia asusta a los niños, pero a veces también a los viejos o, dicho de manera menos áspera, a los que están en la edad provecta, es decir –valga la digresión- a los que alcanzaron la sabiduría y desde esa cima ven al mundo de manera provecta o provechosa, salvo que como hace fu decían los griegos, se trate de los viejos que no aprendieron que “Atenas es una ciudad del Ática y que España está en el Peloponeso” o, acoplado a nuestra realidad, que la Mitad del Mundo está en la mitad, ni un milímetro menos o más, que Correa no acabe de contar los dólares y que el terreno que hábilmente “aplanaron” para instalar la Refinería del Pacífico, es el principal aeropuerto de los narcos. 

Bueno, por ahora dejemos que esas cosas sigan en su tinta. De vuelta a la plana realidad, en la que la mayoría de asambleístas siguen usando –porque lástima que no tengan otra- su propia cara, sin que quepa duda que continuarán en lo de los diezmos, puede ocurrirles que vía consulta sean reducidos a la mínima expresión o que, si ocurre lo que también les estaría esperando, ¿y qué es? ¿tiene nombre? pues sí, se llama muerte cruzada y es el cuco que se podría comer a la Asamblea, aunque cause indigestión incurable.  (O)