Walter Benjamin

Eliécer Cárdenas E.

                                               

En la última Feria Internacional del Libro realizada en Guayaquil en fecha pasada, el autor de esta columna pudo observar que, en una oferta de descuentos de una librería participante en el citado certamen, se ofrecía montones de libros de una manera poco decente para estos, dentro de un cajón para que el público los aviente y vaya eligiéndolos. En este desbarajuste de obras a precio de saldo, logró alcanzar un libro del pensador alemán Walter Benjamin, que, como una especie de signo misterioso de sus preocupaciones filosóficas, su obra formaba parte de las ruinas de la “Galaxia Gutemberg”, es decir la época cultural de los libros impresos en papel, hoy en inevitable y melancólica retirada.

La melancolía, justamente es una de las palabras claves para el autor judío alemán, quien se suicidó en la frontera de Francia con España, al ser impedido de pasar a este último país cuando el ejército alemán y sus servicios de caza de judíos avanzaba a paso vertiginoso hacia la línea limítrofe. Benjamin, en varias de sus obras que indagaban acerca de la crisis de la civilización europea occidental, aludía a las ruinas que deja el paso del tiempo como un testimonio histórico, puesto que no estaba de acuerdo con el optimismo de las ideologías de entonces que miraban a la historia como una marcha inevitable hacia la felicidad del género humano.

Walter Benjamin fue una especie de profeta, que avizoró que la historia no era unilateral, sino que seguía un zigzagueo lleno de vacíos y retrocesos, y que por sobre los avances tecnológicos, la humanidad corría el peligro de caer en la barbarie, cosa que él sintió en carne propia con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

Pensadores de su círculo, como Adorno y Brecht, creían optimistas que la sociedad avanzaría hacia un sistema sin clases donde la igualdad proporcionaría los mecanismos de la felicidad. A ello Walter Benjamin oponía su tesis de la melancolía como un antídoto, junto con la ironía, para evitar las excesivas ilusiones en torno al progreso, que hoy nos ha dado, entre otros males, la contaminación ambiental con el calentamiento global, y gigantescas desigualdades a nivel planetario. El sentido crítico de Walter Benjamin es hoy un faro para no abrigar demasiado optimismo hacia el futuro, pero tampoco negar que puede existir un camino que evite la catástrofe. (O)