Desinstitucionalidad

Ecuador vive una larga y penosa desinstitucionalidad. Y seguirá así mientras la clase política, los intereses de grupo, no los del país, sigan imponiéndose.

Desagrada, por decir lo menos, soportar los tiempos grises de la Defensoría del Pueblo. Destituido y censurado su titular, Freddy Carrión, contra quien pesan acusaciones de presunto abuso sexual, la imagen de esta institución luce alicaída y con poca o nula confianza y credibilidad.

Y como si eso fuera poca cosa, el siempre cuestionado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, acaba de tensar esa ya frágil cuerda, encargando la Defensoría a quien, hasta hace poco, fuera su secretario.

Discrepar es parte de la democracia; pero en ese Consejo, al parecer predominan otros intereses. Se ha formado un grupo de mayoría; otro de minoría, y cada cual pugna por imponerse.

Así sea para encargar la Defensoría, hasta para disimular enconos internos, lo saludable era llegar a consensos, cumplir los reglamentos internos, y comprobar la idoneidad del elegido.

Esa actuación ha llegado al extremo. Y en la Asamblea varios bloques legislativos se aprestan a convocar a los miembros del Consejo. No se descarta un posible juicio político.

También está cuestionado porque habría irregularidades en la elaboración de reglamentos para designar al nuevo contralor y para la renovación parcial del Consejo Nacional Electoral.

¿Y la Asamblea? Plagada de denuncias sobre corrupción, de tráfico de influencias, de juegos politiqueros, de aupar consignas de revoltosos, no deja de perder credibilidad.

Nadie hubiera imaginado ver a la presidenta del Legislativo envuelta en hasta pequeñas triquiñuelas, y no querer dar la cara para explicarlas al país.

Desempeñar semejante cargo con una alta dosis de ego, y, por ende, de pretender despilfarrar los escasos recursos públicos, resulta reprochable.

El país no está para ver esos espectáculos, para preocuparse de situaciones hasta banales. La institucionalidad merece de gente proba, de verdaderos demócratas, irresistibles a ser utilizados, peor a envanecerse con el poder.