La entrega del Premio Nobel de la Paz 2021 a dos periodistas, la filipina Maria Ressa y el ruso Dmitri Muratov, significa un reconocimiento, por primera vez, a la libertad de expresión e información, no siempre respetadas, cuando no perseguidas y hasta condenadas, por quienes ostentan el poder, aun en países democráticos, o suponen serlos.
El Comité Nobel fundamentó su decisión en los “esfuerzos para defender la libertad de expresión, condición previa para la democracia y la paz duradera”, practicados por los laureados.
También resaltó la necesidad de un periodismo “libre, independiente y basado en hechos”, tan necesario para proteger derechos fundamentales contra “el abuso de poder, las mentiras y la propaganda de guerra”.
Maria Ressa, en su medio digital Rappler, se ha fajado para enfrentarle al régimen filipino presidido por Rodrigo Duterte, cuya polémica lucha contra las drogas está manchada con sangre, violencia y muerte.
Eso, sin contar el uso de las redes sociales para desinformar, perseguir a opositores y manipular la opinión pública.
Respecto de Dmitri Muratov, el Comité resalta el rol del diario Novaya Gazeta, cofundado por él. Como editor, lo ha convertido en “el periódico más independiente de Rusia, con una actitud crítica hacia el poder”.
Seis de sus periodistas fueron asesinados. Pese a ello, la línea editorial de Muratov no ha cambiado. El Novel entregado a este periodista, sin duda incomodará al régimen de Putin, quien, como todo enemigo de la libertad de expresión, tiene casi en el destierro al opositor Alexéi Navalni.
El Premio para Ressa y Muratov, los periodistas de todo el mundo deben tomarlo como la oportunidad para ratificar, por ser comunes, las razones por las cuales ellos se hicieron merecedores.
También para corregir errores; igual para usar las tecnologías de la comunicación no para conseguir “fans” o millones de “clics”, los más, efímeros; sí, para, sin perder la esencia del periodismo, fomentar audiencias bien informadas, cuya interacción es clave.
