Adicción digital

Hugo Lucero Luzuriaga

Sí, se trata de una necesidad ineludible comprobada cuando se produjo, hace pocos días, una reacción mundial ante la suspensión por aproximadamente 6 horas de los servicios de tres grandes corporaciones mundiales como son Facebook, WhatsApp e Instagram. Una reacción humana que muestra la dependencia hacia nuevas formas de comunicación que permiten ahorro de tiempo, acortamiento de distancias y sobre todo la captación del conocimiento en forma inmediata.

La tecnología es hoy parte de la rutina diaria, constituyéndose en una necesidad “creada” para todos los seres humanos, que obligadamente deben o cuentan con aparatos electrónicos que permiten entrar en el mundo de lo digital; aunque existen seres humanos que no pueden llegar a este nuevo adelanto sea por la pobreza, distancias, y sobre todo por inequidades e injusticias que se conjugan en países tercermundistas como el nuestro.

Esta dependencia se manifestó a los pocos minutos por no decir segundos de producirse el desfase digital.  En efecto, compañeros, amigos, enemigos, vecinos, familiares, niños, jóvenes, amas de casa, artesanos, profesionales, policías, militares, obreros, buenos, malos y muchísimos más se lamentaban que “no hay señal”, que no hay internet, y hasta que se les acabó el modus vivendi del famoso chismorreo que se ha convertido en la actividad cuotidiana de muchos seres humanos.  Capítulo especial merecen los “diálogos” y afines de los “padres de la patria”, que siquiera por unas pocas horas quedaron interrumpidos, alguien diría para el bien de la Patria que cansada está de tantas palabrerías, de Tik Toks y de camisetazos.

Este suceso nos hace reflexionar que el mundo está dejando de lado la relación interpersonal, haciéndonos cada vez más dependientes de unas máquinas que trasmiten señales electrónicas que impactan potencialmente en mal a nuestros sentidos y por ende comportamientos; que los valores y afines se dan en la relación directa entre humanos y no a través de unos aparatos que nos están llevando a un círculo vicioso que terminaría en la deshumanización.  ¡DIOS NO LO PERMITA! (O)