La ley y la confesión

Marco Carrión Calderón

Hace unas pocas semanas el Estado francés llamó la atención al arzobispo Presidente de la Conferencia Episcopal de ese país por haberse atrevido a afirmar que el “secreto de la confesión” está por encima de la ley de Francia. Y que, por lo tanto, si un sacerdote se entera de la comisión de actos de pederastia cometidos con cualquier persona, no estaban en la obligación de denunciarlos. “Nos debemos al secreto de confesión y, en ese sentido, este es más fuerte que las leyes de la República”. Inmediatamente hubo aclaraciones como esta del Ministro del Interior: “Ningún principio religioso es superior a las leyes de la República. Invocarlo en el caso de crímenes monstruosos y masivos contra niños es inaceptable”.

Alertar sobre un caso de pederastia es una obligación imperiosa incluso para los sacerdotes y si no lo hacen pueden ser condenados por no impedir un crimen o delito. El Ministro del Interior le recordó a presidente de la Conferencia Episcopal que “No hay nada más fuerte que las leyes de la República. Por lo tanto, todo religioso que sepa de un crimen contra un menor de edad debe denunciarlo ante la justicia y no escudarse en el secreto de confesión”.

 Se ha hecho conocer al mundo que al menos 216.000 menores han sido víctimas de sacerdotes pederastas en las últimas siete décadas. El obispo, al fin, pidió “perdón” por sus declaraciones “torpes”.

A raíz del escándalo producido en Francia se hace evidente la necesidad de que diferentes religiones, sin excepción, trabajen para establecer reglas claras que, de acuerdo a la Ley protejan a la infancia del tremendo mal y amenaza que significan los pederastas escondidos y acechantes en sus recintos.

De no tomar claras acciones para que se termine la amenaza que representan los curas abusadores y violadores habrá que comenzar a pensar y a legislar sobre la necesidad de excluir del sistema educativo a esas personas pues nada justifica el que sobre la niñez y juventud de nuestros países penda una amenaza tan terrible y capaz de causar daños irreparables en un alto número de niños víctimas de los criminales de sotana a quienes los padres de familia confían sus hijos con la idea de que sean educados y formados. (O)