Impudicia “democrática”

En la monarquía tradicional, quienes accedían a la conducción de los países heredaban el mandato de sus antecesores y se mantenían hasta su fallecimiento. La evolución política de la sociedad cuestionó esta forma de gobierno y, partiendo del principio que el poder residía en el pueblo, se propuso la democracia como sistema que, mediante elecciones, la ciudadanía encarga el ejercicio del poder al primer mandatario por un período de tiempo. La alternancia es esencial al sistema y no cabe la perpetuación, como ha ocurrido con dictaduras. Esta forma de gobierno tiene vigencia en muchos Estados del mundo.

No faltan algunos “presidentes” que, con complejo monárquico, se perpetúan en él manipulando las leyes reguladoras y amañando las elecciones para “legitimar” su perpetuación. Lo que acaba de ocurrir en Nicaragua es un vergonzoso ejemplo de esta prostitución del sistema. Su protagonista jugó un importante papel en la larga guerra interna que culminó con el derrocamiento del dictador Somoza siguiendo la tradición de César Augusto Sandino que capitaneó la guerra de guerrillas en el pasado. Se reinstauró la democracia y algunos presidentes se sucedieron. Ortega llegó en esta ocasión al poder mediante elecciones, pero su espíritu dictatorial ha hecho que sea “elegido” para un quinto período.

Farsa es un término demasiado blando para calificar este caso tan impúdico. Líderes políticos opositores que se postularon fueron encarcelados por “traidores”. Su espíritu dictatorial le llevó a manipular las leyes y quienquiera que aspire al poder con ideas diferentes a las suyas es un “traidor”. El gran traidor a la democracia en ese país es él que ha reinstaurado una dictadura “avalada” por elecciones manipuladas y fraudulentas. Forma parte del “sucialismo” del siglo XXI cuyos líderes, como ha ocurrido en otros países, se consideran insustituibles y recurren a todas las artimañas para mantenerse en el poder. Toda dictadura es repudiable; peor de los que pretenden disfrazarse de demócratas.