Sí a la vida

Francisco Olmedo Llorente

La «voluntad de sentido» es inherente a la naturaleza humana. Según Viktor Frankl, «el preocuparse por hallar un sentido a la existencia… es la característica más original del ser humano». Schopenhauer dice: «Quien no se pregunta es una bestia, pues la preocupación constitutiva de toda vida humana es la de su sentido».

Básicamente, hay tres visiones de la vida humana. Según la primera, la vida tiene un sentido trascendente, trazado por Dios. He aquí, una formulación radical de la visión cristiana: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero» (Santa Teresa de Jesús).

La segunda niega que haya un sentido de la vida en general, delineado a priori. Como observa Simone de Beauvoir, decir que la vida es «ambigua, es proponer que el sentido no está fijado, que debe ser conquistado incesantemente». La vida es como un viaje, cuya dirección y camino hay que elegir. Cada uno puede, pese a sus  sinsabores, dar, inventar, descubrir un sentido inmanente a su vida.

La tercera afirma que la vida es absurda, por ejemplo, Camus. Ante el absurdo de la condición humana, cuyo símbolo es Sísifo, Camus señala diferentes maneras de reaccionar y piensa que «el absurdo no se elimina, se enfrenta», se vive.

Una reflexión complementaria. Si el hombre es un ser dialógico-relacional, cuya vida es «una trama de encuentros» (A. López Quintás), el problema del sentido de la vida podría ver luz en la filosofía del «encuentro», como fuente de sentido pleno.

Demandemos que la educación, mediante sus agentes (familia, sistema educativo, sociedad), ayude y oriente a los educandos a llenar de sentido su vida, de manera lúcida y con arraigo en valores morales, porque «quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo» (Nietzsche). Y, consecuentemente, es capaz de interiorizar la Máxima de la Logoterapia (Frankl): «Sí a la vida, a pesar de todo». (O)