Con aroma navideño

Eduardo Sánchez Sánchez

Ya llegó diciembre y el mundo cristiano, y el esnóbico se visten de color, vibran los villancicos y melodías populares por doquier.  Se llena de pan y tortas con aroma navideño, los niños tararean su canción preferida, los comercios se saturan de clientes que mezclan el milagro de la llegada de Jesús (del arameo Yeshosúa, que significa Yahvé es el Salvador), con una corriente de consumismo materialista, olvidando el verdadero sentido de índole espiritual que prima en la llegada de un Ser que transformó la historia de la humanidad.

Porque Navidad es acordarnos del prójimo desvalido, del anciano, del niño maltratado, del hambriento y desnutrido, de desterrar la violencia tan enquistada en la sociedad, de la turbulencia que reciben los niños en países con guerra, sangre, hambre, terror y muerte.

Fiesta de hogar y cita de amor, recuerdos inmersos en memorias y nostalgias, en sonrisas infantiles. Por no dar primacía a lo banal y superfluo, a la embriaguez vulgar y lacerante de la sociedad. Por no sobresaturar los cuartos de nuestros niños con lo que no requieren, no usan y no piden; sino un beso, un abrazo de amor familiar vestido de sonrisa cargada de fe cristiana.

Porque la Navidad muchas ocasiones, lejos de ser villancico, oración, compartir amor y alegría, presenta un rostro de lágrimas, femicidios, dolor profundo en los niños, sicariato, tragedias humanas de los adultos hacia los infantes. Para que las nimias ofertas de muchos actores vestidos de políticos, agoten sus esfuerzos y el accionar de ellos sea beneficio a la sociedad y más a los eternos maltratados.

Porque sea la oportunidad de cambio conductual en nuestras vidas, buscando distanciarnos de la corrupción, del egoísmo, de la grotesca forma de generar brechas gigantescas en una sociedad saturada de inequidades e injusticias. (O)