Nido de Paz

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Fui al campo a pasar unos días con mi padre. Vive cerca de dos ríos maravillosos que se funden en uno solo. La serenidad que siento al llegar, me envuelve durante mi estancia. No sin razón, piensa mandar a hacer un letrero colgante para la entrada de la casa: Nido de Paz. Eso representa este lugar para mí, me respondió cuando le pregunté el porqué del nombre.

Sus dos mascotas me reciben con ladridos efusivos. Saltan a mí alrededor, lamen mis manos y todo lo que llevo encima.

Luego de desempacar, salgo a caminar. El río más angosto tiene agua cristalina. El otro, más ancho y menos hondo, agua terrosa. Quedo maravillada ante un sendero de sauces llorones en una de las orillas. Un túnel verde. Un sueño verdoso. Al pie de un árbol un muchacho lee un libro. Recupero la esperanza en la extinta juventud lectora.

Cuando el sol empieza a descender tras los cerros, las perritas se ubican en sus sitios asignados en la sala. La más grande en el sofá doble, forrado con una sábana floreada. La más pequeña, en la silla ecléctica que perteneció a mi tía abuela, que por cierto, quería mucho a sus perros, algo que le heredaría a mi papá, a más de otras cosas. Hasta que el pan se tueste y el agua hierva, tapa a cada una con su manta. Parecen tamales mal hechos.

La tetera silba estruendosamente. Té de manzanilla o de menta, me pregunta.  Qué pena no poder tomar agua de cedrón, la planta está con bichos. El de menta está bien, le respondo mientras leo en el sofá que no pertenece a nadie, solo a las visitas. Sentados, tomando té en unos jarros negros con letras blancas que dicen “Never give up” y pan tostado, miro un ritual que se repite por las tardes. Sobre una estera trocea una tostada, alineando perfectamente los pedazos para que la pequeña Lulú los coma. Al pie de su mecedora hace pedazos otra, para  Sasha, la más grande. De fondo musical escuchamos música country, su predilecta. Ambos leemos, una afición compartida desde siempre. De tanto en tanto cierra los párpados, cansados. Ellas duermen quietas, sin pestañear. Miro esa escena y me maravillo ante la conexión de esas tres almas. Casi humana. En un encuentro fortuito se conocieron y se agradaron. Desde ese día son un trío inseparable.

La magia de la vida sucede cuando menos se la espera. Y estos días estuvieron plenos de ella.

Desde el Nido de Paz, les deseo un Feliz Año Nuevo. (O)