Amor filial mediante ley

Leonard Durán

Años atrás, en un pueblo cuyo nombre no vale citar, Vicente, de 75 años de edad, aquejado de quien sabe qué enfermedad, los fines de semana salía de su casa asido a dos bastones de madera.

Caminaba por una empinada cuesta. Con la mirada perdida, tostado por el sol, sin fuerzas, daba tres pasos y descansaba uno, dos minutos hasta llegar a la plaza central. Una eternidad. Y ¿para qué? Ya lo intuirán.

Procreó seis hijos. Dispersos por la geografía nacional, todos supieron en qué condiciones vivía su padre. Cuando murió llegaron unos pocos. Sus vecinos hicieron una colecta para el sepelio, que incluía pagar al cura por la misa de cuerpo presente. Vicente murió solo y abandonado.

Segundo, otro padre que se dejó vencer por el vicio (no lo citaré) fue abandonado por sus ocho hijos y esposa. Mientras “estaba duro” vivió en su mundo. De pronto, se le desprendió la retina. Apenas veía pasar la indiferencia de los suyos. Ya sin fuerzas acudió al bastón. Algún buen samaritano le daba algo de comer.

Por coincidencia, una de sus hijas me encontró en la peluquería. Comenzó a hablarme de Cristo con la biblia en la mano. Se había cambiado de religión. Le dije que cuánto cambiaría el mundo si los que toman el nombre de ese buen Judío pusieran en práctica sus enseñanzas y ejemplos.

Y sin darle respiro le recordé la situación en la que vivía su padre. Se levantó y se fue. Pocos meses después supe que don Segundo fue hallado muerto en una quebrada comido por los animales.

¿Cuántos Vicentes y Segundos hay en Ecuador que viven en iguales o peores condiciones? Solos, abandonados; sobre todo sin el amor de sus hijos; o, a lo mucho, dejados en asilos de ancianos, tras cuyas decisiones se esconden no pocos escabrosos hechos y acciones.

¿Por qué estas historias? Acaba de publicarse la tabla para aplicar la ley que establece el pago de pensiones alimenticias para adultos mayores. Es una obligación que tienen los hijos cuando sus padres estén en condiciones de carestía o tengan una discapacidad física o mental. Ellos podrán demandarlos antes un juez.

Más allá de la buena intención, el hecho está en que se dicte una ley para obligar, mediante demanda, a que los hijos velen por sus padres. ¿Habrá hijos que se permitan pasar por semejante desvergüenza? ¿Habrá abogados que defiendan a esos hijos?

¡A qué extremos llega la humanidad cada vez menos humana! (O)