El cerco indígena a La Paz y su vínculo con la fiesta de deseos en miniatura

La Paz .- El origen y la evolución de la Alasita, la patrimonial fiesta boliviana de la abundancia y los deseos en miniatura que comienza el 24 de enero, han sido vinculados con diversos mitos y hechos históricos, uno de los más relevantes el cerco indígena que castigó a La Paz durante varios meses en 1781.

Esta trascendencia se aborda en una muestra en el museo paceño Casa de Murillo protagonizada por un enorme cuadro antiguo que plasma una imagen de la sublevación, junto a los rostros del gobernador hispano Sebastián de Segurola y su prometida, María Josefa Úrsula de Rojas, además de una exposición de miniaturas de plata.

La Alasita, que significa «cómprame» en aimara, es una de las tradiciones más antiguas de la cultura andina, cuando los paceños bendicen al mediodía del 24 de enero las miniaturas que representan sus aspiraciones, desde vehículos, casas, electrodomésticos y títulos profesionales, hasta deseos de buena salud o éxito en el amor.

La fiesta celebraba en su origen el solsticio de verano austral el 21 de diciembre, con miniaturas que se colocaban a deidades andinas como las illas para que a lo largo del año los deseos que representan se convirtieran en realidad.

La festividad y sus símbolos se han ido transformando hasta llegar a la actual expresión de lo ancestral fusionado con lo mestizo y urbano, y su protagonista es el Ekeko, el dios de la abundancia hoy representado en un muñeco regordete, con tez blanca y mejillas rosadas, pequeño y cargado de diversos bienes a la espalda.

Varios estudiosos coinciden en que fue a partir del sitio a La Paz liderado por el caudillo indígena Julián Apaza, más conocido como Túpac Katari, que se trasladó la fecha de la festividad al 24 de enero para conmemorar la victoria y resistencia frente al cerco, explicó a Efe el historiador Jhosmane Rojas.

Y es que entre los afectados por la escasez de alimentos estaba Úrsula de Rojas, cuya supervivencia durante el sitio a la ciudad fue atribuida a una imagen del Ekeko, indicó Rojas.

La Paz permaneció sitiada durante meses por miles de indígenas comandados por Túpac Katari que se apostaron en los cerros y barrios periurbanos, además de tomar los cinco puentes de ingreso a la ciudad.

Esta imagen del sitio y la resistencia de las tropas españolas se refleja en el cuadro de 142 x 186 centímetros pintado por Florentino Olivares, no se sabe claramente si en 1787 o 1888, según Rojas.

El historiador indicó que si bien se dice que la ciudad estaba habitada mayormente por españoles, muchos de sus pobladores ya eran mestizos y, aunque el cuadro no lo muestra, sufrieron lo indecible por la carencia de alimentos que llevó incluso a echar mano de animales de compañía e incluso ratas y maletas de cuero para tener algo qué comer.

ENTRE LA LEYENDA Y LA HISTORIA

Nadie se salvó de la carestía, pero las leyendas cuentan que en la casa de Úrsula de Rojas ocurriría algo que revitalizó una de las tradiciones paceñas más arraigadas y emblemáticas.

Durante el asedio, una muchacha indígena, Paulita Tintaya, que trabajaba al servicio de De Rojas, recibía en secreto alimentos como charque o carne seca, chuño o papa deshidratada, maíz tostado y «kispiñas», una especie de panes de quinua, de su enamorado, el joven Isidro Choquehuanca.

Según la narración del escritor e historiador Antonio Díaz Villamil en su libro «Leyendas de mi tierra», la pareja era parte del repartimiento de Francisco de Rojas, padre de Úrsula, en la localidad vecina de Laja.

Los jóvenes se separaron cuando Paulita fue enviada a La Paz para servir a la prometida del gobernador, pero Isidro, que se unió a la sublevación indígena, la buscó durante el cerco para asegurarse de que no le faltase alimento.

Paulita salvó a De Rojas de morir de inanición al compartirle sus raciones de alimentos, y cuando le preguntaban de dónde obtenía la comida, ella lo atribuía a una imagen del Ekeko que Isidro le obsequió antes de separarse.

«Entonces Sebastián de Segurola se dio cuenta de que gracias a este personaje se había salvado su prometida. Años después, decidió reconocer esta celebración y (dispuso) que se celebrara el 24 de enero como una fiesta dentro de Nuestra Señora de La Paz», explicó Rojas.

Así se revalorizó una festividad que hasta antes del reconocimiento oficial del gobernador en 1783, se celebraba de forma casi clandestina por ir supuestamente contra la creencia católica. EFE