El “reino” de la inseguridad

La sensación de inseguridad es parte de la vida diaria de los ecuatorianos. Ahora lo es mucho más; y más todavía si no se vislumbran políticas concretas y debidamente articuladas para enfrentar un problema social gravísimo, cuya curva de crecimiento no tiene caída.

El narcosicariato (¿una redundancia?) tiene en vilo, sobre todo a las provincias costeras; pero el país entero vive la pesadilla derivada de la venta de drogas, incluso a pretexto de salud pública.

Según la tesis de la Policía Nacional, la lucha encarnizada entre bandas de narcos por controlar los espacios donde comercializan y exportan los estupefacientes es la causante de asesinatos a mansalva, a plena luz del día, y hasta en “manada” como sucedió el sábado en Guayaquil.

Y por ese desquicio social, mueren inocentes, niños entre ellos.

Otra tesis es la lucha sin cuartel entre narcocarteles internacionales. Han convertido a Ecuador en lugar de acopio para su sucio pero millonario negocio. Se disputan lugares, vías, puertos, para embarcar alijos de drogas, valoradas en cientos de millones de dólares en el extranjero.

A ese monstruo social se suman otras actividades antisociales, también peligrosas. Bandas delictivas, a pie, en motocicleta o en vehículo, cometen delitos de todo tipo y, a veces, hasta con muerte incluida de sus víctimas.

En medio de tan sombrío panorama, la Policía Nacional sobrevive a sus limitaciones técnicas, económicas, ahora al caso “narcogenerales”, a vacíos legales, cuando no a disputas internas y, a lo mejor, hasta de amenazas.

Mientras, la delincuencia se organiza mejor. Se dota de armas de alto calibre, producto del contrabando; dispara a matar; puede salir libre gracias a lo blando de las leyes o a jueces pusilánimes y poco doctos; y hasta burla y supera al Subsistema de Inteligencia Policial.

Frente a ese “reino”, los poderes del Estado están atónitos, mirando a otro lado, llorando sin derramar lágrimas. Otras autoridades, lavándose las manos “porque a mí eso no me compete”, o pidiendo no caer en el “populismo criminológico”. ¿Hasta cuándo la impavidez?