La segunda y convulsionada presidencia de Leónidas Plaza Gutiérrez (1912-1916)

En forma independiente a cualquier motivación, razón, época o circunstancias, todo ambiente de inseguridad traerá consigo violencias, tragedia, caos y muerte con evidentes escenarios de miedo, temor, indecisión e inestabilidad. Indispensable entonces se ejerza mano dura para erradicar este mal y así fomentar armonía, progreso, desarrollo y bienestar.

Dr. José Peralta, ideólogo del Liberalismo que desde el exilio combatió radicalmente al gobierno de Leónidas Plaza. En la Convención de 1906, como Diputado redactó el proyecto de Constitución promulgado ese mismo año. Nace en 1855 en Chaupi-Yunga, Parroquia Gualleturo del entonces cantón Cañar. Fallece el 27 de diciembre de 1937. (Foto archivo D. R. M.).

Diego Felipe Rodríguez Muñoz

La muerte del Presidente Emilio Estrada (21 de diciembre de 1911) y las proclamaciones de Flavio Alfaro y Pedro Montero como Jefes Supremos de Esmeraldas y Guayaquil, desencadenaron en los sangrientos enfrentamientos de Huigra, Naranjito y Yaguachi que dejaron el saldo trágico de casi 3.000 ciudadanos muertos. Las posteriores capitulaciones de Durán, desconocidas hábil y estratégicamente por el Gobierno interino de Freile Zaldumbide, permitieron el apresamiento del General Alfaro y sus principales Tenientes, quienes, asesinados y arrastrados, fueron sometidos a la “hoguera bárbara” del 28 de enero de 1912. Este crimen sin castigo, trajo consigo consecuencias de muerte, dolor y profunda inestabilidad política y económica, durante casi todo el periodo presidencial de Leónidas Plaza (1 de septiembre de 1912 hasta el 31 de agosto de 1916), contra quien se radicalizaron protestas que desencadenaron en una verdadera y despiadada guerra civil en la que, adicionalmente, se le concebía como mentalizador de las muertes de Alfaro y sus Tenientes, atribuyéndole acciones y procedimientos que permitieron, luego de una astuta y previa estrategia, dejar el camino expedito para llegar nuevamente al poder.

La insurrección en contra de su Gobierno tuvo algunos frentes, no obstante, de ser propiciada en gran medida, por Carlos Concha Torres, ex Cónsul del Ecuador en París –hermano de Luis Vargas Torres-, odontólogo de profesión, graduado en Alemania, quien acusó directamente a Plaza de la muerte de Alfaro, tesis sostenida y denunciada, además, por el gran ideólogo liberal José Peralta. Bajo este escenario, el 23 de septiembre de 1913, con el apoyo de la base campesina machetera del liberalismo radical de Esmeraldas, Concha Torres inició esta revolución que se extendió a Manabí y hacia la sierra norte, en la que se hizo presente el coronel Carlos Andrade, hermano del asesinado General Julio Andrade Rodríguez. En Cuenca, intentó hacer lo propio el doctor José Peralta, pero fue exiliado al Perú, desde donde emprendió una tenaz e incesante lucha a través de su infatigable pluma que fue de la mano con su abierta, frontal e incansable denuncia.

1894. Gabriel Reyes y Carrión junto a su Padre doctor Belisario Reyes Arteaga, quien, por el lapso de varios años y sin respuesta oficial buscó hacer justicia por la incomprensible muerte de su primer hijo. (Foto archivo Mónica Reyes Bermeo) 

Miedo, terror, caos y muerte en este convulsionado período

Pese a la gran movilización de tropas gobiernistas desde diferentes puntos de la Patria y al excesivo gasto militar, no fue posible vencer militarmente al levantamiento propiciado por Concha Torres, cuya revolución para el Presidente Plaza, se constituyó en el eje central de sus acciones y actividades. Tal fue la obsesión y frustración de Plaza, que en algún momento pensó seriamente bombardear Esmeraldas. Esta sublevación llegaría a su fin en septiembre de 1916, cuando Alfredo Baquerizo Moreno, da amnistía a los revolucionarios.

Este violento y convulsionado periodo de tragedia, caos, dolor y muerte que se extendió por diferentes sectores de la Patria, se hizo presente también en esta pacífica zona austral, en la que, dos hechos penosos relacionados con su gente, quedarían registrados al interior de las páginas grises y obscuras de los avatares políticos y sociales de la época; uno de ellos, producto del abuso, negligencia y exceso de quienes, teniendo como ejemplo el autoritarismo y prepotencia de su máximo representante en la Nación, terminarían imitando y asumiendo actitudes igual de desbordantes y extremas. Estos hechos registrados en uno y otro bando (Revolucionarios y Gobierno: pueblo contra pueblo), giran en torno a las muertes del doctor Emiliano Hinostroza Abad y Mayor del Ejército, Gabriel Reyes y Carrión.

El Comité Internacional de la “Cruz Roja” se funda en Ginebra, en 1863, previa iniciativa de Henry Dunant, quien, en 1859, socorrió a soldados heridos en la batalla de Solferino. En el Ecuador se funda el 22 de abril de 1910. (Foto archivo D. R. M.)   

La muerte de la “Cruz Roja”

El doctor Emiliano Hinostroza, militar retirado y médico de profesión, se caracterizó por una constante preparación intelectual y humana, que lo llevó al desempeño del profesorado y rectorado de la Universidad de Cuenca. Trabajó con la Segunda Misión Geodésica Francesa que llegó a Cuenca en 1905, emprendiendo actividades con el mismo Paúl Rivet, por cuya contribución recibió la condecoración “Medalla de Legión al Mérito y Cordón Azul” que le otorgó el Gobierno Francés.

Sus indiscutibles aportes científicos al interior de la Medicina, fueron reconocidos a través de condecoraciones nacionales e internacionales al coadyuvar, entre otros hechos, a la erradicación de la fiebre amarilla. Sus firmes ideales y profunda convicción humana, lo llevarían al extremo del martirio e inmolación, a través de una muerte cruel y despiadada que no solo provocó tristeza y dolor, sino, además, protesta e indignación nacional, al haberse dado el lamentable episodio denominado como “El asesinato de la Cruz Roja”.

En efecto, al interior de la revolución Conchista y “Campaña de Esmeraldas”, Plaza dispuso la movilización de personal del Ejército y Policía de las principales ciudades de la República, saliendo desde Cuenca, el “Batallón Quito”, al que se incorporaron “Voluntarios de la Cruz”, en cuyas filas hacía presencia este prestigioso médico de la localidad, doctor Emiliano Hinostroza Abad.

Mayor Gabriel Reyes y Carrión, quien fallece a la edad de 38 años en manos de sus propios compañeros de armas. Su hermano menor Cnel. Jesús Reyes Quintanilla, llegó a ser Jefe de la Segunda Zona Militar, con sede en Guayaquil. (Foto archivo Mónica Reyes Bermeo)

Ya en el desempeño de sus actividades voluntarias en la que se contaba con los protocolos respectivos, miembros de la “Cruz Roja” trasladaban por el río Esmeraldas y a través de la lancha –La Sucre– a militares y combatientes heridos en la operación de Guayabo, siendo interceptados intempestivamente por tropas revolucionarias al mando del machetero Federico Lastra, quien, luego de proceder con la detención de sus ocupantes –incluidos los heridos-, ordenó una inmediata ejecución y muerte que se cumplió sin ningún miramiento y a filo de machete en forma despiadada y bárbara. Este inhumano crimen repudiado en toda la nación, fue ejecutado sin considerar las vestimentas médicas y bandera desplegada de la “Cruz Roja”, signo universal de protección, paz y caridad.

No llevaban armas, solo instrumentos médicos y medicamentos indispensables para cicatrizar heridas, contener la sangre y detener el dolor. En esta Comitiva se encontraba el doctor Hinostroza quien fallece junto al médico Clodoveo Castillo y estudiante de Medicina José Benigno Carrión, lojanos; además, el doctor Rafael Almeida Terán, latacungueño; y, doctor Jacinto Garaicoa, guayaquileño. Este lamentable hecho acaece un 13 de diciembre de 1913.

Mayo de 1914. Recibimiento del “Batallón Quito” luego de la fatídica “Campaña de Esmeraldas” en la que son cruelmente asesinados 5 voluntarios de la “Cruz Roja” y varios heridos. Pena y dolor causó en la sociedad cuencana la ausencia de quien no retornó. (Foto archivo D. R. M.)  

El triste y célebre “Batallón Yaguachi”

Al interior de este ambiente de violencia, temor, miedo e inseguridad, extendido ya por los diferentes rincones de la Patria, el 23 de enero de 1914 se denuncia al Jefe de la Zona Militar de Cuenca, una posible revuelta insurgente que estaría por perpetrarse en el cantón Azogues; aviso que motiva a dicha autoridad, disponga el traslado inmediato de una escuadra de militares al mando del Mayor Gabriel Reyes y Carrión, a quien acompañan dos oficiales y dieciocho soldados de tropa.

Acercándose a la capital cañarense, recibe el Mayor Reyes cambio de instrucciones que le obligan dirigirse y pernoctar hasta segunda orden en la entonces parroquia Déleg, muy cerca del cantón Azogues, infortunada disposición que no fue comunicada oportunamente a las autoridades civiles y militares de Azogues, como así lo justificaría posteriormente su Gobernador.

Dicha omisión provocó confusión en las autoridades de la capital cañarense, quienes se ven alarmados al conocer que “21 individuos insurrectos y armados” –Escuadra al mando del Mayor Reyes– se encontraban acampando cerca de la ciudad, disponiendo su máxima autoridad civil –Gobernador-, la intervención inmediata del acantonado “Batallón de Caballería Yaguachi”, quienes, guiados por cuatro policías, avanzan a Déleg, en donde luego de emboscar a los “insurrectos”, al momento entregados por completo al cansancio y sueño, los asesinan cobardemente a punta de sus bayonetas que interactuaron con rapidez y bajo la complicidad encubridora de la noche.

El hecho tuvo connotación internacional. Diario “El Comercio” de Lima, el 13 de marzo de 1914, denuncia en forma pública y detallada los acontecimientos, culpando en forma directa al gobierno de Plaza, que ya contaba para entonces con algunos acontecimientos similares. El mismo doctor José Peralta, en su obra “Eloy Alfaro y sus Victimarios”, denuncia y condena en forma radical el hecho.

El doctor Belisario Reyes Arteaga, padre del Mayor Gabriel Reyes y Carrión, acudió en persona a Carondelet reclamando y exigiendo Justicia, pero no se le atendió. Hizo circular una hoja volante que fue reproducida en varios periódicos de la comunidad internacional. Esta señalaba:

“…El resultado fue que a la una y media de la mañana del día veinte y cuatro de enero, veinte hombres del Escuadrón “Yaguachi”, llevando como guías cuatro individuos de la policía de Azogues, ataquen a sangre y fuego el alojamiento de sus compañeros de armas, teniéndoles por enemigos; matan a los centinelas, al Teniente Samaniego, y dejan muerta o herida al resto de la tropa, a pesar de que todos vitoreaban al General Plaza, y manifiestan a gritos que eran soldados del gobierno. Al comenzar el terrible suceso, se lanza a contener con razones mi hijo, el Mayor Reyes; pero no se le atiende explicación alguna, antes bien lo hacen prisionero, lo desarman, le arrancan las presillas le maltratan verbalmente, y teniendo sujeto por los brazos, inerme e indefenso, lo matan de un balazo en la cabeza, y enseguida lo despojan. Al mismo tiempo, invaden la casa del Teniente Político, Señor Alipio Zamora, a quien reducen a prisión conjuntamente con su hijo, matan a su esposa, y entran a saco en sus habitaciones…”.

Estos dos hechos que, si bien son antagónicos desde el punto de vista de sus victimarios, se dan bajo un mismo escenario de miedo, tragedia, inseguridad, caos y muerte, que, en forma independiente a su motivación, razones, época o circunstancias, deben ser erradicadas en todo momento para solo así fomentar seguridad, desarrollo, progreso y bienestar. Fue este el lamentable y característico escenario que le tocó vivir a nuestra Patria en aquella segunda y convulsionada Presidencia del General Leónidas Plaza Gutiérrez.

El doctor Emiliano Hinostroza Abad fue cruelmente asesinado en el desempeño de la loable labor del voluntariado en la “Cruz Roja”, hecho que acaece un 13 de diciembre de 1913. (Foto archivo Julio Hinostroza Alvarado)