Entre la espada y la pared

Alberto Ordóñez Ortiz

En un país como el nuestro, en que lo impensable se vuelve súbitamente real, todo es posible. Por eso, nada raro resulta que se haya conformado la Comisión de Pacificación de las cárceles, con el insólito objetivo de “llegar a acuerdos” con las bandas delictivas que operan desde dichos centros y que en el 2021 arrojaron la tenebrosa cifra de 315 brutales asesinatos. ¿Por qué esa clase de pactos?, pues, posiblemente porque a los enemigos –para tenerles controlados- se les debe tener siempre más cerca que a los amigos. Lo cierto es que, negociar con asesinos, es como negociar con el mismo diablo para llegar al cielo, o algo así. Bueno, son cosas que pasan y pasan a la luz del día. Inadmisibles, para muchos. Desesperantes, para otros.

¿Qué pasó? Muchas serán las respuestas, pero la verdad es que hay una cuestión capital que ha pasado desapercibida: el hecho de que, como dicen voces autorizadas, el Ecuador es una “republiqueja narco” y, las cárceles, uno de sus centros de dirección y operación. No obstante, el problema va mucho más hondo y lejos: el propio mundo es un mundo narco, porque no hay nación que se salve de esa siniestra plaga. En nuestro país los sicariatos y toda clase de homicidios -la mayoría planificados desde la cárceles- son el pan de cada día. ¿Quién lo instauró?, pues, sin duda el Correato cuando clausuró la Base de Manta y abrió a escala global y de par en par las puertas a todos los cárteles. 

La penetración económica de las mafias en las jerarquías estatales, agrava a límites insondables el tétrico cuadro. De allí que la única solución visible y viable sería la legalización de la droga, ya que, como dice Mujica, “la medida es para robarle el mercado al narcotráfico, desde la producción hasta la venta”. Caso contrario, los crímenes y la inseguridad serán lo único seguro. (O)