Compasión y solidaridad

Somos parte de colectividades y la vida humana necesariamente tiene que desarrollarse contando con los otros y compartiendo alegrías y tristezas. Si ocurre algo que causa dolor y malestar a los demás es inevitable que surja un sentimiento de compasión para, aunque sea anónimamente, compartir las penalidades. Si hay posibilidades de añadir a este sentimiento alguna forma de ayuda, se pasa a la solidaridad, esto es a acciones directas para ayudar a las víctimas que puede expresarse de diversas maneras, dependiendo de la cercanía o lejanía de lo ocurrido. Se trata de actitudes positivas que contrastan con las negativas.

Lo ocurrido hace unos días en Quito con el denominado aluvión de la calle Lagasca, es una tragedia en la que hay víctimas directas, comenzando con los fallecidos que llegan al número de 28. Aparte de lo negativo y doloroso de una situación de esta índole, pueden darse respuestas positivas como la solidaridad, en este caso participando directamente en ayudar a las víctimas concurriendo al lugar para incorporarse a la remoción de escombros o enviando ayuda física a los necesitados que, por lo ocurrido, no pueden participar directamente en su obtención. Al dolor de la tragedia se añade el alivio por esta reacción solidaria directa como una respuesta positiva de la condición humana.

En algunos días se volverá parcialmente a la normalidad y se mitigará la reacción emocional, pero continuarán los resultados negativos. Personas que perdieron sus viviendas y bienes se verán obligadas a restaurar, en lo posible, su condición. Es claro que hay instituciones del sector público que tienen la obligación de actuar, pero la solidaridad grupal y personal debe mantenerse para apoyar a las víctimas directas a superar sus condiciones materiales y psicológicas. No habrá publicidad, pero la respuesta humana debe continuar en el silencio y el anonimato.