Violencia intolerable

En Ecuador la ola criminal del narcotráfico está llegando a su máxima expresión. Nadie, en su sano juicio, pudo imaginar cuerpos humanos, previamente torturados, ser colgados en un puente al más puro estilo de los carteles de la droga imperantes en México.

Ya no solo es matar por matar a cualquier hora del día o de la noche. No; ahora los mensajes de advertencia, de terror, sobrepasan esa, por sí sola, barbarie callejera. Es, como dicen los expertos en asuntos de seguridad, demostrar quién manda, quien es el dueño del territorio devenido en antro para el narcotráfico; desafiarle al mismísimo Estado y a toda la sociedad amante de la paz.

Los sicarios pasean su impunidad, mientras la Policía Nacional, la Fiscalía, hasta ahora no atinan a descubrir a ninguna banda adiestrada por los diferentes carteles para cometer este reguero de sangre en varias provincias de la Costa; Guayas en particular.

Se matan entre sí. Las carnicerías humanas son entre bandas. En el plano de las posibilidades esta sería una tesis para no llegar al meollo del asunto; pero entre los victimados cuentan los inocentes, los menores de edad, también la población, colateralmente afectada por el miedo, el terror, y empujada a guardar silencio.

El gobierno, como nunca, está obligado a digerir los cruentos mensajes dejados en el puente del cantón Durán.

El país requiere de acciones y actitudes más contundentes; de una Justicia más comprometida con la paz ciudadana; de ministros, como el de Gobierno y el de Defensa Nacional, con más ánimo hasta para indignarse; de un presidente de la República con mayor liderazgo y autoconfianza; de un sistema de inteligencia capaz de investigar entre los intersticios de la delincuencia organizada y advertir, a tiempo, sobre sus atrabiliarios planes.

Está bien por los grandes decomisos de droga gracias a la Policía Nacional; pero el país no puede tolerar y volver a ver escenas como las de Durán. El poder de los narcos debe ser vencido por el poder del Estado.