Asamblea y ejecutivo

En la Atenas de la Grecia clásica, el gobierno democrático funcionó correctamente para evitar gestiones absolutistas en manos de una sola persona que, con prepotencia, imponía sus normas y decisiones que degeneraba en tiranía. En la actualidad, este sistema se ha generalizado, con las variaciones que requieren la dimensión y diversidad de los Estados. Parte del sistema es la división de poderes para limitar las gestiones del ejecutivo. Más que las personas gobiernan las leyes, cuya elaboración proviene de poderes legislativos integrados por representantes de tendencias y sectores geográficos. Más que una contraposición se trata de una complementación de gestiones para contribuir al predominio de la libertad.

Es más frecuente de lo deseado que el poder legislativo, si es que está integrado por una mayoría de opositores, pretenda una oposición permanente y cerrada para evitar el éxito del gobernante, lo que es una tergiversación del sentido de la democracia. La libertad de pensamiento y expresión permite la participación de todas las tendencias a que, mediante el diálogo, se tomen decisiones ajenas a la individualidad. Más que de una oposición se trata de una colaboración integral en la que todas las tendencias tengan presencia.

Si hay madurez política el sistema funciona y el diálogo supera a la imposición. Si hay inmadurez, algunos legisladores opositores creen que su función es desestabilizar y buscar la caída del gobierno, lo que carece de sentido pues, esencial a este sistema es la continuidad con alternabilidad mediante procesos electorales. Es importante que se robustesca la aceptación de las diferencias que son importantes para llegar a conclusiones mediante el diálogo, pero de ninguna manera que la única meta de la oposición radique en el fracaso del gobierno establecido. Esencial a la democracia el respeto al pensamiento diferente, no para destruirlo, sino evitar su prepotencia y abuso en mengua de las leyes.