En los conflictos lo primero que se distorsiona es la verdad, pues cada cual juzga los acontecimientos desde su punto de vista.
Respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania, por ejemplo, los occidentales recibimos abundante información generada por Estados Unidos y la OTAN; poquísima del otro lado y generalmente negativa.
Goe Biden llama a Putin “criminal de guerra” y hasta “carnicero”, olvidando que un antecesor suyo George W. Bush invadió Irak, asesinó a su líder Saddam Hussein y cegó la vida de un millón de personas, bajo la acusación de poseer armas de destrucción masiva, que jamás se encontraron. Nadie le tildó de genocida ni fue sometido a la Corte Penal Internacional.
La potencia norteña tampoco recuerda el fracaso en Afganistán y su persistente lucha para derrocar al venezolano Nicolás Maduro con quien termina dialogando por necesidades petroleras. Nada digamos sobre la doble verdad vivida durante sesenta años, respecto a Cuba.
¿Quién tiene razón en Ecuador sobre el polémico tratamiento dado al proyecto de ley de inversiones: el Ejecutivo que buscaba generar empleo mediante la concesión de empresas públicas, o la Asamblea al considerarlo privatizador y disponer su archivo?. Ambos bandos esgrimen razones mientras salen a la luz chantajes, pedidos de coimas, exigencias burocráticas a cambio de votos. Este y otros desencuentros son también consecuencia de la doble verdad popular expresada en las urnas: el neoliberalismo para Carondelet; la tendencia socialista hacia el Parlamento.
El dólar no se libra de esta ambigüedad. Cuando nuestro país lo adoptó como moneda propia, los economistas ortodoxos saltaron de alegría. Ahora hay dudas aquí y en el mundo, ante su debilitamiento como refugio frente a la crisis, pues muchos prefieren al oro y las criptomonedas. (O)