Ya me lo temía

Andrés F. Ugalde Vázquez

Esta era una de las cosas que yo más me temía. Allá por mayo de 2021, cuando un Ecuador desgarrado por tres lustros de desastre moral y económico, se veía obligado a elegir un gobierno (todos recordamos cual era la alternativa), que llegaría a gobernar con y para las élites económicas de la costa, ya me temía yo que este día llegaría. Lo que no imaginaba era que sucedería de una manera tan rápida, insolente y descarada. Que en pocos meses de gobierno, habría generado un brutal paquete impositivo que apuñaló por la espalda a la clase media que lo eligió; que habría garantizado por vía legal la impunidad a los evasores que desangraron la economía sacando sus fortunas a paraísos fiscales; que habría protagonizado una alianza con el oscuro correísmo, en uno de los acuerdos más viles de cuantos se han gestado en los ya siniestros pasillos de la Asamblea Nacional. Y, sobre todo, que vendería el país al mejor postor. Tan pronto, tan rápido.

Y me refiero aquí a esta manía por buscar acuerdos comerciales absurdos que, por regla general, terminan por beneficiar a los grandes grupos importadores y comerciales de la costa y perjudica, siempre que puede, a los grupos industriales, productores, agropecuarios y manufactureros del país, que son quienes sostienen el pulso de la economía y generan la inmensa mayoría de las plazas de empleo. ¿Quiere algunas pruebas? Pues podríamos empezar por el desmantelamiento de las normas de control para la importación de productos (y estos pensando en los insumos para la construcción), que permitirá importar a granel los productos basura que no pueden entrar en Europa o Estados Unidos.  ¿Algo más? Pues claro, la importación desde Uruguay productos cárnicos y lácteos, asestando el artero golpe de gracia al sector ganadero y los 300.000 empleos que genera en esos campos de la sierra que para el presidente no existen. Creo que va siendo hora de recordarle al gobierno que el Ecuador no comienza y termina en el puerto de Guayaquil. Creo que es hora de enseñarle dónde quedamos nosotros en el mapa. Porque el tiempo se acaba. Y la paciencia también… (O)