Interpretación histórica

Aníbal Fernando Bonilla

Las crónicas que devienen del pasado -las de Indias, como ejemplo-  no están ajenas de la contingencia ficcional que a su vez incide y altera el curso de los sucesos. Con lo cual cabe la deconstrucción en el amplio escenario de las interpretaciones, contando -entre otros- con el objeto de sanar heridas. Lo que no implica desconocer los acontecimientos acaecidos en tierras americanas. Hay que hacer uso del espejo retrovisor para alimentar y renovar una narrativa en donde los pueblos indígenas originarios también sean considerados sujetos protagónicos del relato historicista. El mestizaje es la savia que se asume de tales realidades.

Partimos de las clásicas preguntas de la antigua Grecia (al estilo socrático): ¿Quiénes somos? ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Menudas interpelaciones. Diríamos en la generalidad: colectividades en constante constructo, cuya huella recorrida es el mejor eslabón de efecto aleccionador para asumir el porvenir, ante el anhelo de consolidar el proceso emancipatorio producto de aquellos librepensadores -amantes del romanticismo y del progresismo liberal- que alzaron su voz en las primeras décadas del siglo XIX. Y, desde nuestras individualidades no dejamos de ser un futuro incierto, en donde ese retrovisor es elemento esencial para asumir y asimilar los pasajes del pretérito, contenido en circunstancias inhóspitas, lejanas y también contemporáneas. La motivación terrígena se expresa (como casos ilustrativos) en el precepto de cubanía, o en la mexicanidad tan difundida como motor turístico, al igual que la raigambre altiva de subcultura en la región paisa colombiana. Y, las miradas tan particulares de la ecuatorianidad. Pluralidades que han ido expandiéndose, no obstante, de su compatible simbología histórica.  (O)