Mares repletos de basura, sobre todo, de plásticos y residuos tóxicos; derretimiento sostenido de glaciares, igual de los nevados; copiosas lluvias en una parte del planeta, verano recalcitrante en otra; deslizamientos de tierra por doquier, contaminación del aire, cambios bruscos de temperatura, explotación abusiva de los recursos naturales. Estos, entre otros, son fenómenos ya casi comunes en la tierra, el único planeta donde hay vida, mientras no se pruebe lo contrario.
La tierra apenas es un punto en la inmensidad del Universo. Han debido pasar miles de millones de años para su formación, evolución y consolidación. Es la cuna de todo ser viviente, donde habita el hombre, el único con conciencia y razón. Es aquí donde cumple su ciclo vital: nacer, crecer, reproducirse y morir.
A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre ha sido capaz de desarrollar, inventar, recrear, descubrir, incluso hasta llegar a límites insospechables. Pero, ha sido incapaz de parar en firme la contaminación ambiental. Si bien, ha hecho esfuerzos, de alguna forma hasta renunciamientos, no son suficientes.
Preso por el consumismo, inmerso en un sistema socioeconómico y geopolítico donde predomina el capital y las estrategias de dominio, no repara en el daño ambiental.
No faltan las cumbres medioambientales, donde, con excepción de algunos logros, se redactan informes, recomendaciones y conclusiones, tan efímeras y luego pasadas por alto.
Los países industrializados, es decir los más contaminantes, miran de reojo los acuerdos.
Hay avances, pero no van al mismo ritmo de la devastación ambiental. En la región, cada vez son más las controversias entre organizaciones sociales y étnicas, defensoras de la madre tierra, y el poder político y transnacional.
En medio de ese panorama, hoy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Una ocasión más para hacerse mea culpas, reflexionar sobre el futuro a corto plazo del planeta, cuya extinción, sin ser apocalípticos, es probable por mano del propio hombre.
