Caos y carestía

Excepto unos contados ecuatorianos tendrán 3,2 dólares diarios para servirse una dieta saludable, un valor cercano al recomendado por la FAO.

Según estadísticas del gobierno, los pobres en el país son más de 6 millones. Entre ellos están quienes viven en la extrema pobreza.

Los bonos entregados por el Estado son insuficientes, tanto por lo mal focalizados, cuanto porque no hay recursos suficientes para satisfacer a todos.

¿Cuántos miles de millones de dólares ha entregado en los últimos 30 años el Estado en bonos, en tanto sigue la pobreza, ahondada mucho más a raíz de la pandemia?

El discurso de los movilizados ha logrado, comunicacionalmente hablando, un punto casi perfecto: la carestía de la vida. Lo dicen todos, no solo ahora, sino desde el comienzo de la escalada de precios de los artículos de primera necesidad, de fertilizantes, y un largo etcétera.

Y casi todos ligan la carestía de la vida al alza del precio de los combustibles, si bien sigue subsidiado en mínimos porcentajes.

Hay productos básicos, el aceite, por ejemplo, cuya alza está atada a las secuelas de la guerra Rusia-Ucrania; igual el de los fertilizantes. Sí, tal como ocurrió por la pandemia, cuando subió el valor del hierro porque se encareció la importación.

Casa adentro, la especulación es otro de los grandes males, sino el peor. Desde quien vende limones, hasta el comerciante más grande, pretexta de todo para subir los precios. Y estos, por lo general, se quedan para siempre, así hayan desaparecidos los pretextos.

Se vive el imperio donde “el uno se come al otro”, a explotarse así mismo. Lo vivimos ahora con motivo del paro indígena. Todos quieren ganar y ganar. Mientras más subsidios, mejor, así el Estado quiebre, y con él la democracia y las demás libertades.

Entender, informarse bien, porqué sube el costo de la vida también es útil; ni se diga proponer políticas reales para impedirlo. Pero no para usarlo y sembrar caos y violencia.