Muere un líder

Edgar Pesántez Torres

En mente estaba hablar del líder, luego de pasar 18 aciagos días de huelga nacional -más que paro- convocado por la Conaie, en la que midieron fuerzas dirigentes del gobierno, de los indígenas, políticos y ciudadanos civiles, ninguno de los cuales se encasillaron en el fallo de Confucio sobre que los líderes son “distribuidores de confianza”. En eso sorprende la muerte de un ciudadano, quién sí tuvo las cualidades de líder: Francisco Huerta Montalvo.

Las competencias del liderazgo a través de la historia no han variado, pero sí han cambiado la comprensión de qué es, cómo opera y de qué manera aplica, que se puede inferir de practicantes reflexivos como Jesucristo, Moisés, Buda, Pericles, Julio César, Alejandro Magno, Maquiavelo, Gandi, Lenin, Tubman, Churchill, Lincoln, Bonaparte, Roosevelt, Mandela, de Gaulle, Mao, Luther King… quienes apenas tuvieron algo en común. 

Estos y otros líderes que da cuenta la historia, se los puede encasillar bajo tres contextos principales:  compromiso, complejidad y credibilidad, atributos que merecen delinearse en otra oportunidad. Ellos crearon nuevas ideas, políticas y metodologías en lo educativo, religioso, laboral, social, empresarial, administrativo, comunitario, artístico, deportivo, etc. Fueron quienes cambiaron el metabolismo de sus respectivas organizaciones, y para utilizar la frase de Camus fueron “peligrosamente creativos”, no simples personas de las rutinas básicas de populistas de barricada que hoy “cretinizan” a las masas.

Este país también ha tenido líderes de envergadura en diferentes ámbitos, quizá uno de ellos es el ciudadano que acaba de morir, don Francisco Huerta Montalvo. Lo conocí como Ministro de Salud, a inicios de la década de ochenta, cuando hacía mi conscripción médica en una aldea oculta en las faldas del Matanga, Chigüinda. Su eslogan por entonces era “Menos ladrillos, más vacunas”.

El Dr. Huerta no solo captaba atención sino prestaba atención. Tuvo la capacidad de aceptar a la gente como es, no necesariamente como él quería que sea y enfocó las relaciones y los problemas en términos del presente y no del pasado. Trató a los que estaban cerca de él con la misma atención amable que se daría a conocidos más lejanos y casuales; tuvo la cualidad de confiar en otros, aun cuando su riesgo fue grande; actuó sin la constante aprobación y el permanente reconocimiento de los demás. Así, una de sus últimas sentencias fue:

 
“Prefiero resultar grosero por el camino de la franqueza, que hipócrita por el de la cortesía. Organicémonos… nos estamos quedando sin república”. (O)