Animal enigmático

Edgar Pesántez Torres

No es el hombre, ¡no!, porque es más bien es inteligible, hipnotizado por el mal; la gran mayoría ha cultivado el “thanatos” (la muerte, el odio…) sobre el eros (la vida, el amor). El género al cual me referiré es el PERRO, en consideración a ser una especie por derecho propio más no una subespecie del lobo, que para Hobbes sería el Homo sapiens:  homo homini lupus.

Para ser del reino superior deberíamos ganarnos con esfuerzo y con las cualidades supremas de la inteligencia y la emoción, así demostrar el predominio sobre las demás. Deberíamos tener como conditio sine qua non la fidelidad, actividad creativa que contribuye a conferir un carácter de autenticidad que nos lleve a la lealtad: no renegar el ámbito de vida que nos acogió en el pasado, ni ceder fácilmente a la tentación del desarraigo ni al apego por la brillantez de lo espectacular y seductor. 

Los perros son humildes e imparciales, ajenos a las polémicas mezquinas de los hombres, más bien son obedientes a ellos, compañeros próximos y remotos a la vez, por eso me permito decir que es in ANIMAL ENIGMÁTICO. Basta notar que él siente la soledad más que el hombre, porque tiene menos recursos contra ella y más poder de concentración amorosa. De ahí que reniegue el egoísmo humano de encarcelarle al perrito y sólo salir pasearse con él para que lo admiren, sabiendo que a él no le interesa la mirada de otros sino el cariño del amo.

No sé por qué el 21 de julio se celebra el Día del Amigo más fiel del Hombre, pero sí leí el discurso pronunciado por el abogado George Graham Vest a favor del perrito Old Drum (23/09/1870), que fue asesinado sin causa y que me estremeció hasta el remordimiento. Un párrafo dice “El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su PEERRO…”

Con esta oportunidad solicito a los dueños de Anubis, Thiago, Doggy, Chubaca y otros miles, se les conceda el alimento que les gusta, el derecho al sexo y la libertad de deambular. A los perritos callejeros, apadrinarlos. Concluyo haciendo mío el sentimiento de A. Schopenhauer: “Lo que me hace tan agradable la compañía de mi perro es la transparencia de su ser. Mi perro es trasparente como el cristal. Si no existieran perros, yo no amaría la vida”. (O)