Apatía política

A las puertas de otra campaña electoral, mientras partidos y movimientos hacen hasta lo imposible por aliarse y ensayan malabares para buscar candidatos, los ciudadanos miran a otro lado y se desinteresan.

La apatía política no es de ahora. Abona la dispersión de aspirantes a alcaldías, prefecturas, concejalías y juntas parroquiales.

También abonan las ofertas incumplidas, la proliferación de los mismos rostros, la lucha intestina por querer ser candidatos, ni se diga la insistencia por proponer a gente ligada a la farándula, a la caridad, incluso al deporte, a la pantalla de la televisión, al griterío en la calle, al tiktokerismo.

Si la política no interesa de verdad al electorado, ¿por eso estamos como estamos? ¿Por eso está el país como está? ¿Por eso las ciudades, grandes, medianas y pequeñas, lucen estancadas?

¿Con presentar los planes de trabajo, los más, copiados, rellenados, es suficiente para presentarse como candidatos? ¿Eso les basta a los partidos y movimientos, a las alianzas, la mayoría disímiles, para acceder a los poderes locales?

Casi nunca la ciudadanía se permite ejercer sus derechos y, hasta cierto punto, confrontar a los candidatos pero con información fidedigna, por ejemplo del presupuesto, deudas, fidecomisos, contratos, ingresos, egresos, del personal, de la institución que pretenden administrar, de la ciudad, provincia o parroquia que buscan dirigir.

Sería una buena forma de saber cómo quieren cumplir sus ofertas; de si en verdad tienen políticas públicas ejecutables; hasta para ponerles en vereda a los estrategas de campaña.

Así, los candidatos no necesitarían hablar y hablar, sino responder, digamos ante una asamblea de ciudadanos, de verdad interesados a votar con conciencia.

Es un deber cívico dejar la apatía política, renunciar a intereses corporativistas, abandonarse en la cancha trazada por los candidatos y actuar como si las elecciones fueran un bingo o una carrera de caballos. Después nos lamentamos.