¡Desesperados!

Juan F. Castanier Muñoz

Con ocasión de la Audiencia para tratar la acción de protección interpuesta ante la designación del nuevo Superintendente de Bancos, misma que se llevó a cabo el lunes pasado en la Unidad Judicial de Samborondón, asistieron al evento, entre otras personas, un asambleísta socialcristiano y un asambleísta correista, a más de algunas barras convocadas, tanto por los asambleístas mencionados cuanto por el ciudadano cuya designación estaba cuestionada. Todo transcurría en relativa calma hasta que la jueza,  declaró la nulidad del proceso de designación  y dispuso que el Presidente de la República remita al CPCCS una nueva terna.

¡Y ardió Troya! Los dos asambleístas del cuento se agarraban de la cabeza, gesticulaban, gritaban, se botaban al suelo, se revolcaban, insultaban a la jueza, la increpaban con términos groseros y descomedidos, lanzaban denuestos contra el gobierno, contra la función judicial, los ojos querían salírseles, vociferaban, echaban espuma por la boca. Realmente parecían “poseídos”. Juraban que apelarían ante la Corte Superior, ante la Corte Nacional, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ante la Corte Internacional de La Haya y ante los Ángeles y Santos de la Corte Celestial. Este último recurso solo en caso extremo.

¿Será que los acuciosos asambleístas asistieron al acto y reaccionaron tan brutalmente, únicamente por cumplir su deber cívico de ciudadanos preocupados por el futuro de la patria? ¿Será que su virginidad política, su altruismo comunitario, su filantropía legal y su apego a las leyes y el orden, los llevaron a pasar semejante mal rato y a ponerlos al borde de un infarto, o por lo menos de un colerín agudo? ¿Era su afán sincero, noble y desinteresado, o, tanta desesperación obedecía a obscuras ambiciones, no cumplidas? La verdad es que los dos funcionarios que, aparentemente asistían a la audiencia en condición de veedores, faltando a las labores de la Asamblea, dejaron de lado su parsimonia inicial y se convirtieron en un par de bravucones de barrio, a quienes se les había negado un pedazo de la torta o, a lo mejor, ¿por qué no?, el entero pastel.  (O)