Rosa Berbel: «La poesía escrita por mujeres se trata con condescendencia»

No son muchos los libros de poemas que venden miles de ejemplares en España, pero la ópera prima de la escritora Rosa Berbel, «Las niñas siempre dicen la verdad», no tardó demasiado en ingresar en esa lista. Publicado en 2019 en la editorial Hiperión como parte del Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, posteriormente obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica a la mejor Ópera Prima​ y el Premio Ojo Crítico de Poesía 2019 de Radio Nacional de España. Tres años después, con su segundo libro de poemas, «Los planetas fantasma», recién salido de la imprenta editado por Tusquets, la autora reconoce que llegó a sentir «incomodidad» por el «paternalismo» con el que se leyó ese poemario.

«En su momento fue algo muy positivo: yo acababa de publicar mi primer libro y fue muy sorpresivo», reconoce la sevillana (Estepa, 1997) en una entrevista con Efeminista. «Pero en cierto momento sentí incomodidad».

«Creo que esa incomodidad también ha sido productiva: aunque la poesía joven siempre se aborde desde cierta sospecha o desconfianza, como evitando compararla con la poesía “de adultos”, y aunque concretamente la poesía escrita por mujeres se trate con condescendencia o paternalismo, hay algo en lo que podemos trabajar, y es desde dónde podemos contribuir», reflexiona. «Una vez habitamos ese conflicto o esa contradicción, y aprovechando la visibilidad de la poesía joven ahora mismo, podemos ponerla a nuestro servicio para contar lo que nos apetezca contar».

El resultado de su indagación poética es «Los planetas fantasma», un libro en el que conviven una treintena de poemas atravesados por reflexiones políticas y afectivas, donde lo apocalíptico y la utopía se solapan y tensionan. «El libro se consolidó durante la pandemia, que volvió a poner sobre la mesa la sensación general de aislamiento o de deterioro de las relaciones con otros y con el paisaje», explica Berbel, graduada en Literaturas Comparadas y máster en Estudios Literarios y Teatrales por la Universidad de Granada.

«Por eso hay toda una reflexión sobre la comunidad, sobre quién tenía acceso a una casa y sobre el final de la fiesta».

El feminismo y la crisis climática

PREGUNTA.- Tanto “Los planetas fantasma” como su anterior libro, “Las niñas siempre dicen la verdad”, están muy atravesados por la política: por el feminismo, por la crisis climática… pero las ópticas son distintas. ¿Cómo ha afrontado la escritura de este último?

RESPUESTA.- Desde que empecé a escribir, siempre me ha interesado mucho cómo rompía la política con lo poético. Me parece que la que la poesía hace cosas con el lenguaje muy específicas, que tiene una potencia política distinta. Esto siempre me obsesionó mucho.

Escribí “Las niñas siempre dicen la verdad” en un momento de mucha efervescencia feminista. En mi generación se hablaba mucho de esto, leíamos sobre temas comunes, el 8M tenía mucha fuerza… el feminismo ocupaba el centro de mi vida y el libro surge de esa circunstancia que, como dices, tiene una visión de lo político distinta a la de mi último libro, una visión todavía más de denuncia, más realista, más narrativa. Hay muchos poemas que, sin ser exactamente confesionales o biográficos, tienen algo como de volcarme emocionalmente, son mucho menos contenidos que en el último libro.

Este último libro parte de una exploración distinta. También es un libro muy político, porque me sigue obsesionando cómo la política tensiona o desestabiliza el lenguaje poético, pero parte de otro presupuesto. Es un libro muy arraigado en su contexto, en esta crisis tremenda en la que estamos ahora y que tiene que ver con la pandemia, pero también con muchas otras cosas, como el desastre climático. Pero es un libro menos realista y, por momentos, más abstracto, donde lo político se mueve a un nivel menos figurativo de la realidad. Se mueve en un realismo más difuso, más fantasmal, de mayor reflexión sobre el lenguaje.

La emocionalidad «femenina»

P.- Hablaba de la contención emocional. La emocionalidad es una cuestión que se ha imputado y ha penalizado tradicionalmente a muchas escritoras, pero que abandona en este libro.

R.- Yo creo que la poesía tiene una relación muy especial con la emoción, e incluso los poemas más contenidos, más fríos, trabajan sobre ello. Yo he hablado desde distintos polos: hay poemas en los que me desbordo más y otros mucho más fríos, que se mueven en un plano mucho más intelectual.

Y sí, me parece que esto puede convertirse en un debate feminista sobre cómo se nos ha pensado tradicionalmente a las mujeres y a la escritura de mujerescomo una escritura muy emocional, de las pasiones y los sentimientos, frente a una escritura de los hombres lógica, racional y abstracta. Y esto, que se ha codificado así históricamente, es ahora una oportunidad para reapropiarnos de esa emocionalidad que tradicionalmente se ha vinculado con nosotras, pero también de hacer lo contrario y apropiarnos de esa escritura intelectual, de esa escritura fría, de esa escritura distanciada del cuerpo.

Son dos posibilidades muy estimulantes y creo que tenemos que apostar por una escritura que transite de algún modo por los dos caminos a la vez para romper con esa distinción entre la escritura femenina como la escritura del cuerpo y la masculina como la de la razón. A mí me preocupan las dos cosas.

P.- Hay muchas lecturas académicas presentes en este libro. Su trabajo literario trabaja también en una construcción genealógica femenina. ¿Cómo trabaja estas dos cuestiones, teniendo en cuenta el papel de la Academia en el borrado de las escritoras del canon?

R.- Sí, es un libro que está sostenido por muchas lecturas, muchas de ellas académicas o filosóficas, en particular todo lo que tiene que ver con lo fantasmagórico y con el presente entendido como tiempo fantasmal.

«La Academia ha sido históricamente, y sigue siendo, un espacio de represión, de violencia y de intemperie, sobre todo con las mujeres»

A mí me interesaba ver qué pasa cuando toda esta genealogía de conceptos y lecturas a priori no poéticas, o que resultarían extrañas en un libro de poesía, entra en el espacio del poema. Porque, además, yo creo que el poema piensa y que genera pensamiento, que es una forma de conocimiento, pero estoy convencida también de que es una forma de pensamiento distinta a la de la filosofía y evidentemente a la de la Academia: una forma de pensamiento mucho menos reglada, más experimental, lúdica y horizontal, sin todas esas violencias del conocimiento académico.

Me interesaba ver qué pensamiento, qué conocimiento podía generarse en el poema a partir de esa lectura, o del diálogo con esas lecturas, relacionándome con ellas de alguna forma, pero siempre siendo consciente de que el poema piensa por sí mismo y que, muchas veces, contradice al pensamiento filosófico.

Historias de terror

P.- En “Los planetas fantasma” hay un estudio sobre la conjuración, los aquelarres o las brujas muy presente en la tradición poética española contemporánea, pero también en las novelas y relatos de terror que llega desde Latinoamérica. ¿Cómo se relaciona con esas dos tradiciones literarias? ¿Y qué peso tiene el terror cinematográfico en este libro?

R.- A mí me fascina el terror y en los últimos años, desde el confinamiento, me he vuelto una obsesa, ¡realmente me cuesta ver películas que no son de terror! Quizás mi fascinación esté más relacionada con lo cinematográfico, pero también está muy presente el terror literario, ese que está tan en auge en los últimos años y principalmente escrito por mujeres. Es algo que me interesa mucho: cómo el terror, que siempre ha sido un género muy favorable a la representación política, está siendo llevado por mujeres a todo un orden de cosas que nos resulta perturbador y violentísimo como el género, las clases o la situación política en Latinoamérica.

Me interesa mucho cómo el terror puede aparecer o emerger en el poema sin perder sus posibilidades.

Por otro lado está también todo ese imaginario de la bruja, que ha resignificado el feminismo en los últimos años hasta convertirse en un emblema. Pero también me interesa la forma en que se relaciona el terror con la poesía, cómo los fantasmas están presentes sin que se los nombre. Hay una cierta comprensión de la escritura poética como una especie de escritura fantasmal, en la que circulan todo el rato espectros. Y en los poemas se hace alusión a un “nosotros” un poco extraño: siempre hay un interlocutor al que nunca se nombra o que nunca se concreta y que se construya ahí, de camino en el poema. Es una alusión a todos los fantasmas posibles que congenia muchas cosas: mi fascinación por el terror, el poema como vehículo para exorcizar los terrores colectivos.

La colectivización del sujeto

P.- ¿Cómo ha cambiado ese “nosotros” desde su primer libro? ¿A quién abarca ahora, o a quién ha dejado de interpelar?

R.- Pues quizás en este libro el “nosotros” tenga un poso más utópico. En poesía siempre proyectamos algo de romanticismo, como si el “nosotros” hablase siempre de una pareja. Creo que, en el caso de “Las niñas siempre dicen la verdad”, el “nosotros” tenía que ver con una colectividad específicamente femenina y segura, con invocar a una comunidad de mujeres. También utópica, porque era un libro bastante especulativo. Pero creo que trabajaba ese plural con menos conciencia.

En este libro sí me ha obsesionado desestabilizar ese “nosotros” para que deje de ser romántico. Hay poemas que, por su estructura o por su construcción, se pueden leer como de amor o desamor, pero me interesaba más ver qué pasaba cuando en un poema de amor se introduce un “nosotros” que no es el que se espera, cómo se trabaja desde ahí esa reflexión sobre el amor. Pero hay otros poemas, los de las fiestas, en los que el “nosotros” es fantasmal, está por venir, es utópico y abierto y cualquiera puede entrar y salir. Me interesa mucho romper esta relación entre el sujeto que escribe y los otros y crear una especie de lugar de enunciación comunitario, de interpelación comunitaria.

La desconfianza y la sospecha

P.- ¿Le generó malestar la publicación de este libro, tras el éxito de su primer poemario?

R.- En su momento fue algo muy positivo: yo acababa de publicar mi primer libro y fue muy sorpresivo. Pero en cierto momento sentí incomodidad, porque me parece que el trato que se le da a la poesía “joven” es condescendiente y está atravesada por el paternalismo, y yo era una mujer joven, de 20 o 21 años, por lo que todo se multiplicaba. Yo percibía cierta dinámica oscura y perversa que me generaba muchos conflictos a nivel interno. A esto se sumó que fui creciendo, haciendo otras lecturas y escribiendo otras cosas y que me apetecía hacer una exploración poética distinta.

Fue un poco difícil aislarse de esto, porque la promoción de “Las niñas” se dilató hasta el inició de la pandemia y parte del confinamiento y yo estaba intentando escribir el libro que más se ajustaba a mi idea de poesía en ese momento y a la comprensión que yo tenía de lo político, a las lecturas que me apetecía hacer. Todo mientras surfeaba ciertas lecturas paternalistas y condescendientes de mi libro anterior.

Estar en Tusquets es algo increíble y muy difícil, porque en su catálogo la poesía joven no tenía mucho espacio hasta el momento. Desde que empecé a leer, sus libros siempre han sido lecturas de cabecera, el centro del canon de la poesía española: Chantal Maillard, Ida Vitale… lecturas fundamentales para mi genealogía poética. Verme aquí ha sido algo sorpresivo.

Y bueno, yo creo que esa incomodidad también ha sido productiva. Creo que, aunque la poesía joven siempre se aborde desde cierta sospecha o desconfianza, como evitando compararla con la poesía “de adultos”, y aunque concretamente la poesía escrita por mujeres se trate con condescendencia o paternalismo, hay algo en lo que podemos trabajar, y es desde dónde podemos contribuir, ¿no? Una vez habitamos ese conflicto o esa contradicción, y aprovechando la visibilidad de la poesía joven ahora mismo, podemos ponerla a nuestro servicio para contar lo que nos apetezca contar y hacer las indagaciones poéticas que queramos.