El matorralero cabecipálido: el ave que solo se encuentra en Yunguilla

La Fundación Jocotoco salvó del peligro crítico de extinción al Atlapetes pallidiceps.

: Desde 1998, el matorralero cabecipálido es protegido por la Fundación Jocotoco. Andrés Mazza/El Mercurio

Cuando tiene que hablar del matorralero cabecipálido, don Ángel Otavalo se explaya. A pesar de que lleva recién un año y medio como guardabosques de la Reserva Yunguilla de la Fundación Jocotoco, se sabe de cabo a rabo sobre su mimada: una pequeña avecita, cuyo nombre científico es “Atlapetes pallidiceps”.

Que es un ave en peligro extinción, que es un ave endémica, que es un pajarito que, si no hubiera sido por la Fundación Jocotoco, hoy no existiría; que es un ser volador especial que es de interés porque sigue con vida aun con las peripecias encima.

Todo eso dice Don Ángel, quien no solo guía a aquellos que llegan a Yunguilla para avistar al matorralero cabecipálido. Ángel asumió el cuidado del ave que fue redescubierta en 1998, en una expedición que fue liderada por Niels Krabbe.

Krabbe, un ornitólogo de Dinamarca que es parte del grupo de fundadores de Jocotoco, había realizado expediciones en 1991, 1993 y 1995 antes de encontrar al matorralero cabecipálido en Yunguilla.

En esas búsquedas, Krabbe no había tenido éxito en hallar al ave que se creía extinta desde 1969, pero en 1998 logró su cometido: ver al Atlapetes pallidiceps.

Solo en una parte de la reserva se permite el avistamiento de aves a través de senderos. Andrés Mazza/El Mercurio

Después del redescubrimiento, la Fundación Jocotoco empezó a comprar las tierras en donde habían visto al pajarito para convertirlas en una reserva.

A medida que encontraban a las aves, la fundación hacía los esfuerzos para extender el espacio de cuidado. En la actualidad, la fundación tiene cerca de 162 hectáreas en donde se reparten los matorralero cabecipálido.

“Esta especie es endémica de Ecuador y de esta región, principalmente del río Jubones. Es el único lugar en el mundo se puede encontrar ya que su distribución es bastante restringida”, explicó Patricio Mena, biólogo de la Fundación Jocotoco.

Si no hubiera sido por el trabajo que han venido cumpliendo los biólogos, los investigadores, los guardabosques; si no hubiera sido porque se apropiaron de ese ser pequeñito de corona y garganta pálida, que tiene una manchita blanca en el ala, hoy no se la podría ver.

Esa labor ha consistido en, primero, identificar los territorios en donde está el ave, y luego investigar el porqué de la disminución de la especie.

Actualmente, la reserva cuenta con 162 hectáreas protegidas. Xavier Caivinagua/El Mercurio

De acuerdo a las investigaciones hechas por la fundación se encontraron dos principales razones.

La primera está relacionada con la pérdida del hábitat por la creación de pastizales para los ganados y cultivos. Y la segunda se debe a que el Vaquero Brilloso, un ave que no construye nidos, estaba colocando sus huevos en los nidos del matorralero cabecipálido.

Al colocar sus huevos, los nidos del Atlapetes pallidiceps se estaban parasitando. Esta situación estaba provocando que disminuyera una población que, cuando se la redescubrió, se encontraba en peligro crítico de extinción.

Solo una vez que se conocieron las causas, la fundación trabajó arduamente para contrarrestar las amenazas. La labor rindió sus frutos, y, en el 2011, pasó a peligro de extinción.

Mantener el trabajo

Por su historia, por el trabajo insaciable que se ha venido registrando desde hace casi un cuarto de siglo en Yunguilla, es que el ave es especial.

Todo lo que ha venido sucediendo, para don Ángel, es digno de admirar y necesario de cuidar. Con los antecedentes, y con lo que sigue haciendo la fundación, el guardabosque tiene una relación con las aves que mira tres veces por semana.

: Hace un año y medio, Ángel Otavalo se convirtió en el guardabosque de la Reserva Yunguilla. Xavier Caivinagua/El Mercurio

En los días que recorre los senderos de la reserva, que está compuesta por tres áreas, él está en silencio, y su oído está atento al silbido del Atlapetes pallidiceps que ya sabe cuándo su cuidador llega.

En una de las tres reservas, que se llama Bellavista, y es adonde pueden entrar los visitantes, hay un comedor en el que Ángel pone trocitos de pan y naranjas. El alimento suele atraer no solo al matorralero cabecipálido, sino a otro tipo de especies.

Cuando no se asoman los Atlapetes pallidiceps, don Ángel silba una dulce melodía que les dice a las aves que él ya está allí, en la reserva, para mimarlas y decirles que, mientras la Fundación Jocotoco siga al frente, mientras él siga recorriendo los senderos, habrá quien las defienda y evite su desaparición. (I)