Setenta y siete años de vida

Jorge Dávila Vázquez// RINCÓN DE CULTURA

No, no estoy hablando de mi edad, aunque muy pronto llegaré quizás a ella.

Hablo del tiempo de existencia de la Casa de la Cultura de Cuenca (así la fundó Benjamín Carrión, aunque luego se volvería Núcleo del Azuay), nacida en 1945, y apadrinada por el gran Carlos Cueva, su primer Presidente.

En un período tan largo, hemos visto una serie de avatares, ligados a la Institución, que resultan conmovedores, despiertan indignación, causan honda alegría. Un poco como lo que ocurre con el devenir de los seres humanos.

La Casa tuvo administradores brillantes como el mismo Cueva, Efraín Jara, Edmundo Maldonado, Estuardo Cisneros, y algunos más. Pero tuvo también períodos oscuros, como el que impuso una dictadura militar, que se tomó la matriz, y que repercutió también en los Núcleos,

Su historia, en alguna medida refleja un poco lo que pasó en Quito, en cierta medida, que tuvo administradores con clase y otros que, en verdad, no fueron tanto, y que nos dejaron una imagen bastante deplorable y un mal sabor en la memoria.

En medio de avatares y altibajos, la nacional con sus 78 años y la nuestra con sus 77, siguen siendo la entidad mayor de la cultura nacional y regional, incluso cuando se le privan de recursos y se le aprietan presupuestos que solo ahogan la producción cultural, dígase lo que se diga.

Martín Sánchez Paredes, que dirige actualmente el Núcleo del Azuay es alguien que pone todo de sí, su mayor y mejor empeño en que la Casa trabaje incansable, y se cumpla la idea de lo provincial, y por ello extiende su labor a los cantones, de manera más intensa que en otras administraciones.

Es igualmente loable su afán por dar cabida a la gente nueva, aspecto que se vio claramente en la ceremonia del Día de la Cultura, cuando el Núcleo acogió a una serie de nuevos miembros, todos jóvenes, pero con reconocida trayectoria en el difícil universo de lo cultural.

Además, es bueno, asimismo, que el equipo de trabajo del cual se ha rodeado Sánchez, sea como él, dinámico y juvenil.

Vale la pena destacar también el respeto extremo por las generaciones anteriores, representadas en algunos integrantes de las diversas secciones, que seguimos activos.

La Casa es hogar, y así acoge a los nuevos y a los viejos, lo hace con un sentido de respeto y fraternidad, que lo único que exige es lealtad a la Institución, respeto mutuo, y destierro, de una vez por todas, de actitudes reñidas con la calidad del organismo, y que, a veces tuvieron lugar en su seno.

¡Qué bueno que se haya depurado el mayor organismo, el más representativo del quehacer cultural entre nosotros, sin retórica inútil, egocentrismos, ni deseos de figuración! Solo queda decir a los actuales administradores y miembros: ¡Adelante, en bien de lo mejor del ser humano: sus producciones estéticas y espirituales! (O)