En combo

Juan F. Castanier Muñoz

¡Que alhaja! Hay que aceptar, aún a regañadientes, que la inventiva de ciertos jueces ecuatorianos sobrepasa cualquier límite, cualquier frontera. Y lo prueba la actuación del juez de Portoviejo que hace pocos días concedió un recurso de habeas corpus a un preso de apellido Araujo y que, “de una vez”, también lo hizo con otros dos sentenciados: el ex vicepresidente Glass y el ciudadano Daniel Salcedo. Seguramente este juez, poseedor de un record nada envidiable en su carrera judicial, con nombre de dibujo animado y ejecutorias de un malandrin de baja estofa, dijo para sus adentros: “para que voy a hacer doble trabajo, si puedo conceder los tres recursos de una sola hecha” ¡Y lo hizo!

Como sucedió en el caso anterior de la liberación a Glass por parte de un juez de Manglaralto, parece que su equipo jurídico, presionado, aturdido, desesperado, no da pie con bola. No acierta una, ni aun echando mano de mecanismos reñidos con la transparencia y la ética. Y, por supuesto, parece también que Glass, quién debe sentirse como cabeza de turco de los escándalos de la década bailada, no se encuentra conforme, ni con su situación actual, ni con los esfuerzos, desordenados y atropellados, de la dirigencia correista, por liberarlo a cualquier costo.

Es un error considerar que las falencias en la administración de justicia en nuestro pais, comenzaron antes de ayer nomás. Que los procedimientos judiciales eran hasta hace poco un dechado de virtudes y que su deterioro es fenómeno reciente. Que los jueces, otrora imparciales y sapientes, se habían transformado de pronto en aprendices de demonios. Tenemos que estar claros que el manejo político de la administración de justicia, así como la corrupción y la incapacidad de ciertos jueces, tiene un antes y un después en el correismo. El innombrable y sus lugartenientes convirtieron a la función judicial en un patio trasero de Carondelet y hoy, como en el caso del juez portovejense con nombre de dibujo animado, le toca a la sociedad ecuatoriana la cosecha nefasta de años de actos delincuenciales orquestados al servicio del poder de turno. (O)