Más sobre la malhadada ley

Edgar Pesántez Torres

El gobierno vive un ambiente tenso cargado de conflictos igual a sus precedentes, aun cuando muy distante de actos de corrupción, pero no exento de este mal endémico al que un periodista cabal no puede adherirse a unos principios y a los adversos, ni proclamar unos gustos y los contrarios, menos dejar de censurar la corrupción de unos y silenciar de otros. Quien así lo haga, en un zascandil indigno que merece desprecio, que lastimosamente los hay sobre todo en redes sociales.

Si bien de tiempo en tiempo ciertos asuntos conmovieron a la sociedad, hay uno que ha sido constante en los tres últimos lustros. Por cierto, es sabido que cuando asoman nuevos escándalos de corrupción, el tema lo echan a leudar. El asunto al que me refiero es al que los inconscientes denominan Ley de Comunicación, cuyo nombre desdice de cualquier pretensión bondadosa y que lo impulsan los mermeleros después de pacer lo cultivado por el amo.

Los dómines de la Ley y sus ejecutores desconocen, como recabé la vez pasada, la teoría de la comunicación, sin saber que todo ser sensible realiza proceso de información y comunicación, desde los organismos unicelulares hasta el hombre pasando por el reino vegetal. Tampoco están al tanto que este proceso se hace no solo con el lenguaje verbal sino con el no verbal, en su mayor parte. Por ello, acometer una Ley para la comunicación es una tarea descocada.

El hombre se comunica de varias formas, con la boca y otros órganos de los sentidos. Proclamar una Ley para que no saquen portadas o fotografías de ciertos rostros de la Asamblea, que dan razón a Lombroso por decir lo que dijo y que ciertamente dicen más que mil palabras, es una insensatez. Puse, la vez pasada unas muestras, ahora doy otras: legislar sobre los mensajes odoríferos de la mujer, de la tierra y de la tinta que tanto inspiraron a José Martí, también es una estupidez.

El pensamiento es una actividad que existe por las palabras, gestos u otras formas de comunicación. La libertad de pensamiento se identifica más con la libertad de la palabra. La libertad de palabra encuentra un límite en la riqueza del pensamiento que quiere expresar. La palabra es libre solo en cuanto el pensamiento por ella expresada haya sido realmente elaborado por quien habla y no por otros que le sugieren o le imponen pensar de cierto modo. (O)