De habitantes a ciudadanos

Edgar Pesántez Torres

Pasar de ser un simple habitante a ser un ciudadano debe ser la aspiración de todo prójimo, sin importar el lugar en donde resida. Y vaya que hay que omitir el adjetivo “‘buen’ ciudadano’”, porque en el sustantivo está implícito el punto de vista moral. Ser ciudadano es la mayor honra para quien resida en un centro urbano, porque dice relación a haber pasado de ser individuo a persona y de éste a ciudadano.

Un habitante es meramente un ser vivo sin deberes ni obligaciones, aquel individuo que no se diferencia de las demás especies en cuanto a responder por sí mismo, menos por los demás. No así el ciudadano que respeta el lugar que le acoge como si fuera de su propiedad, la mantiene limpia y atractiva e impide que cualquier forajido la ensucie o los canallas la mancillen.

Además, el ciudadano no debe ser indiferente al deterioro material, moral, ético y costumbrista del lugar de origen y de su residencia, pues la indiferencia es la cara mejor jugada de la gente sin escrúpulos. Claro que es honesto un mea culpa, por lo que juzgamos, criticamos y hasta nos escandalizamos, cuando quizá hacemos lo mismo en menor escala.      

Orientemos nuestros pensamientos, nuestras actitudes y acciones a favor del lugar de tanta bondad divina, natural y humana. No echemos desperdicios en las calles; no destruyamos las plantas ornamentales, por contra, contribuyamos a preservarlas; si tenemos perros, saquémosles, pero limpiemos donde ellos evacuen.

Qué desazón ver mascarillas, fundas de plástico, restos alimenticios y hasta preservativos regados por todo lado. Si observamos a alguien arrojando desperdicios a la calle, llamémosle la atención para que recoja y arroje en el lugar apropiado, previamente actuando de manera ejemplar para exigir lo que pedimos.   

Decisiones y comportamientos hay que tomarlas en función de tres elementos: al ritmo con la propia visión del mundo -esto es, de nuestra cultura-, del pulso de quienes manejan la opinión pública -no solo es de medios de comunicación social- y, quizás aún más importante, lo que se espera de los líderes y autoridades.

No debemos ser indolentes a la agresividad en la ciudad. La responsabilidad y solidaridad con lo nuestro se ve cada vez más lejana, el valor civil ha pasado a nueva vida, las buenas costumbres son cosas anticuadas… ¡No se reclamen solo los derechos, respondamos a nuestras obligaciones! (O)