Desde Sígsig, con mucho amor

David Samaniego Torres

Al nacer no traemos el itinerario para recorrerlo en la vida. Llegamos con una registradora personal que hace posible que más tarde (como en este caso), podamos entretenernos con aquello que fue y también con todo lo que pudiendo ser, no llegó a cuajarse.  La vida humana está supeditada a circunstancias que la hacen personal, única e irrepetible. Estas reflexiones las voy a aplicar a mi vida. Me gustaría mucho que ustedes, al leer estas divagaciones, intenten hacerlo también con sus existencias.

En Sígsig, la escuelita salesiana “Alberto Castagnoli” certifica que allí comencé y terminé mi primaria. Eran tiempos en que el saber iba de la mano con la piedad y las buenas costumbres. Cuenca me recibió en el Colegio Normalista. En Quito recibí el más honroso título y el de mayor responsabilidad: BACHILLER EN CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN.

No es mi intención presentarles mi hoja de vida. Quiero solamente reflexionar sobre la vida y esas circunstancias de Ortega y Gasset que nos llevan por derroteros inimaginables, aparentemente contradictorios.   Mi pertenencia a la comunidad salesiana hizo que Quito, Guayaquil y Riobamba me conocieran más que Cuenca, a pocos kilómetros de Sígsig.   Menciono un ayer bastante lejano. Un mundo movido por circunstancias que me transportan a una cierta incongruencia: conozco mejor Quito y Guayaquil que Cuenca, a pesar que hoy, buena parte de mi familia vive en Cuenca y tiene a Sígsig como un agradable espacio del recuerdo.

Pero … algo me hace falta. Mi vida, nuestras vidas, están uncidas, querámoslo o no, a las circunstancias que mueven al universo. Hace sesenta años una carta de Ecuador a Italia necesitaba de uno a dos meses para llegar, hablo de medios para economías limitadas. Una de esas cartas me anunciaba que mi tía Coquita estaba muy grave.  Cuando recibí la carta Coquita había sido sepultada y la familia estaba ya en calma.

Este largo exordio merece un epílogo. Cuenca, no importa si se la conoce o no, tiene una magia que cautiva. Tiene cuatro ríos que la refrescan. Y además, y sobre todo, tiene gente, dentro y fuera de sus límites, que la siguen pensando, que buscan su bienestar. Sígsig es un pueblito nacido para ser amado. Quienes lo visitan buscan retornar y recorrer sus adorables recovecos. Estas líneas las escribo en Salinas, pero con mi corazón: ESTOY EN SIGSIG, mi pueblo natal. (O)