Gratos recuerdos y nostalgias

Eduardo Sánchez Sánchez

Erase medio siglo XX, cuando vimos la luz en una ciudad pequeña  que crecía lentamente con pausas, cariño y tesonero trabajo de sus hijos, siempre distante del poder central, aislada por carencia de vialidad y distanciada casi de todo y de todos, el gran pretexto: el nudo del Azuay.

Había paz en las calles, pocos autos, todos nos conocíamos y fue el saludo muy cultivado entre sus habitantes. No se conocía de robo ni atracos, la gente cultivaba la honradez y era común denominador el ciudadano de bien actuar, casi como sinónimo de cuencano. Cualquier hora pudimos caminar por sus solariegas calles, simples y humildes, sin el tapiz del ruido ni el consumismo, la prisa del modernismo, la invasión de ajenos que la degradan, porque también hay gente noble que suma a construir como los buenos cuencanos.

Aún recuerdo la pequeña urbe, fuimos a la escuela y dos veces con sus retornos al hogar cada día, y no vivimos los asaltos de hoy, todo estuvo como cerca, conocíamos cada tienda, bazar y negocio. Imposible olvidar los pericos de la plazoleta de San Francisco que con sus picos extraían tarjetas que describían tu suerte. Las tiendas de barrio donde habían golosinas como las melcochas con nogal, los delicados de machica, los cahuitos y sus caramelos de coco, etc.

Las casas de los abuelos fueron mágicas, allí nunca faltó amor, ni pan ni juegos infantiles con los primos. También los árboles de higo y otros frutales, prodigaron sus trofeos a los golosos infantes que encaramados en ellos competían con los chugos y otros alados hambrientos.

La Ciudad fue más homogénea, quizá más pobre y humana. No había tronado el consumismo. Nos satisfacía lo elemental y fuimos creativamente felices, con el clásico carro de madera, los trompos, las canicas, carreras de ensacados, el álbum y los cromos de temporada, deportes como el fútbol y el baloncesto. (O)