Mi tía Lulú

Aurelio Maldonado Aguilar

El pan ácimo, dulce, generoso de sus manos se rompe en cientos de bocados para el que tiene hambre. Su cascada de agua prístina, explosiona en mil gotitas para humedecer la boca del sediento.

Sus manos caritativas y generosas, acarician la piel del desvalido. Toda su larga vida fue acompañada de caridad, humanidad y silencio en medio de dolores que se apegan a su puerta con seguridad de su magnificente ayuda.

Mujer creada por su Dios para ser bálsamo y ternura. Para ser el medio de alivios y suspiros de toda una legión de criaturas desvalidas, que alejan el frío de sus pieles, gracias a sus rescoldos. Digo siempre y lo confirmo que, son mis tíos, mis segundos padres.

Con ellos comulgo muchos años ya, todos los miércoles en su mesa generosa, repleta de dadivas, cuentos, anécdotas y consejos sabios. También fui testigo de muchas caridades.

Recuerdo un día. Fuertes golpes en su puerta mientras almorzábamos. Desde la ventana vimos un canasto de mimbre con algo cubierto por una raída y descolorida colcha.

Descendimos y luego de abrir la puerta y levantar la pobre manta, descubrimos un neonato dormido envuelto en saquillos de yute, que esperaba entre suspiros, un sorbo de leche tibia.

Su madre, la que lo abandonó en la puerta, seguramente sabía con certeza que mi Tía velaría por él y así fue, no se equivocaba, pues iniciamos el peregrinaje por los asilos y conventos hasta que al fin lo recibieron, sin nombre, sin registro y solo con vida y un futuro incierto.

Otra vez, fueron los bomberos los que llamaban y convocaban a mi tía a venir a una pliega de Turi, para entregarle otro inocente abandonado. Así, podría contar muchas y muchas de sus obra silenciosas y magnánimas, pero un grupo de bellas mujeres voluntarias, quieren seguir su ejemplo enorme y cristiano y desde la casa conventual de San Roque, apoyadas por la Curia, sus autoridades y párroco, darán de comer al hambriento y darán agua al sediento, diariamente, cobijando sus maravillosas acciones, con el nombre de Lulú Torres de Aguilar.

No demorará esta maravillosa y joven fundación, en sumar apoyos, para no solo mantener la caridad, sino multiplicarla bajo su manto protector que, muchos desvalidos esperan como única salvación.

Cuenca es por todo esto, orgullosa y blanca, porque tiene entre sus ejércitos benefactores, personas como estas bellas matronas, cuyas manos fueron creadas para el bien y la filantropía. (O)