¿Quién vigila?

Eduardo Sánchez Sánchez

Los sentidos nos ayudan maravillosamente a comunicarnos y percibir el mundo externo, fuente de aprendizaje y mecanismo de supervivencia. El sentido de oído con su maravilloso y delicado sistema auditivo, nos posibilita aprender, entender, defendernos, comunicarnos, hacer música, etc.  En Física, cualquier fenómeno que involucre propagación de ondas audibles o no a través de un medio fluido o sólido que involucre el movimiento vibratorio de un cuerpo se denomina sonido.  Lo audible por tímpano humano está entre 20 y 20000 hercios.  La contaminación acústica es el exceso de sonido que altera condiciones normales del ambiente, causando grandes daños en la calidad de vida de los seres humanos. Se trata de ruido ocasionado por actividades humanas, que ocasiona efectos negativos en la salud auditiva, física y mental. La OMS considera los 70 dB decibeles como el límite deseable superior y en la realidad Cuenca no se exime de la agresión sónica en calles, parques, lugares de trabajo, fiestas, espectáculos públicos y privados en donde el “Ing. de sonido” sin título profesional, hace gala de su capacidad con un volumen que supera los 90 y 100 dB, ocasionando un verdadero malestar y agresión a la salud públicas.

Hoy está de moda el uso de auriculares y éstos lesionan la capacidad auditiva de sus usuarios a punto que la hipoacusia o sordera está “a la vista”, así también son comunes las empresas que ofertan audífonos, sin que necesariamente sean la solución para todos los lesionados. Qué decir de negocios que promocionan sus artículos con la grosería del alto volumen de un parlante en la acera y de las motocicletas “sin SILENCIADOR”, que aún en horas de la madrugada circulan a velocidades prohibidas y ruidos de cohetes espaciales que zarpan al más allá. ¿Quién vigila esta agresión sanitaria tan común? (O)