Adviento para hacer pausa

Gonzalo Clavijo Campos

Uno de los principales problemas en nuestra cotidianidad es  encontrar el equilibrio entre la vida laboral, la vida familiar y el tiempo personal. En la mayoría de los casos la raíz está en no saber priorizar lo realmente importante: el cuidado de nuestra propia vida y de nuestros seres queridos. Lo importante suele postergarse por la urgencia, por la prisa y así se resiente la salud y nuestras relaciones con los demás. ¿No será que hemos olvidado la importancia de hacer pausas en la vida cotidiana, habremos olvidado el arte de detenernos?

Pausa en su origen griego (anapausis) remite a reposo, interrupción, descanso. En la antigüedad se entendía la pausa como un hacer creador, como una interrupción sanadora. Específicamente es suspender lo que se está haciendo para hacer algo totalmente diferente: descansar, leer, nadar, caminar y pasar tiempo con personas queridas.

Por ello este mes de diciembre, período de adviento y navidad es un tiempo oportuno para bajar el ritmo a este trajín, para reírnos, para descansar, para amar, para perdonar y pedir perdón. Recordando que el tiempo no se detiene, que la vida se nos puede ir en cualquier momento y los seres que amamos, tampoco duran por siempre.

La palabra adviento, significa ¡llegada! es el espíritu de vigilia y preparación con que los cristianos deben vivir este tiempo hermoso en la espera del Salvador. ¡Preparen el camino del Señor, rellénense todas las quebradas y barrancos, aplánense todos los cerros y colinas; los caminos torcidos serán enderezados!, nos dice el Profeta Isaías. Por cierto “aplanar cerros y colinas” significa rebajar la altura de nuestro orgullo, soberbia, engreimiento, autosuficiencia, arrogancia, ira e impaciencia. «Deja un momento tus ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Aleja las preocupaciones agobiantes. Atiende un poco a Dios y descansa en él. Entra en lo íntimo de tu alma y cerrada la puerta, búscalo. Di con todas tus fuerzas: tu rostro busco Señor». Es la  exhortación pronunciada por San Anselmo hace más de un milenio, pero con plena validez para hoy, para cada uno de nosotros. (O)