Sendero y luz imaginativa

Aníbal Fernando Bonilla

La literatura descuella -a ratos con ruido, otras de forma sigilosa- pese al tiempo lacerante (y hasta convulso) que nos ha tocado transitar, en donde predomina la pompa mercantil, la trivialidad y el escándalo. Hay la percepción de que se lee poco, sin embargo, se publica cada vez con más afán, en sus formatos: físico y digital (en este último caso, las condiciones tecnológicas desbordan las posibilidades de comercialización, aminorando los costes de la cadena de valor del libro). Aunque eso no sea un indicador del estado de salud literaria, lo que sí se evidencia es que su espíritu redentor ronda como un elemento necesario para que se haga menos rutinario y más llevadero el pálpito de los días. Que falta autoexigencia en muchas ediciones, es cierto. Pero también es palmaria el ansia de expresión desde los adentros del ser, aún a riesgo de engendrar apenas paraliteratura.

¿Qué se transmite en la creación literaria? Los dolores. Los anhelos. Los afanes. Los pensamientos. Los sobresaltos. Las conmociones. Los cansancios. Los temores. Las huellas que va dejando la vida, ya que es precisamente el vertiginoso acontecer de la vida, compuesta de alusiones propias y extrañas, lo que se asume en la confección textual. La pequeñez del hombre en la grandeza de la palabra dicha.

Desde ese lenguaje que emana del corazón, la poética destella luz en las tinieblas. Es remanso, pero a la vez una fuerza incontenible de menciones y sentires que se vuelcan en pieza con ritmo singular (como tango, samba o cumbia), afianzada en la pragmática escritural. Nada es casual en el enunciado literario. El narrador o el poeta fijan horizontes en la complejidad de su travesía, lleno de lecturas y amaneceres. Como afirma Juan Marqués: “Si tu poesía no es tu propio camino, algo así como la prolongación de tu conciencia, de tu mirada, de tu sensibilidad… entonces, ¿qué es?, ¿para qué la escribes?”.

Tal vez para ampliar surcos. O compartir soledades. Para que la paloma, el beso, el lago, el geranio, el viento, la madre, no se limiten a cada una de sus acepciones, sino que extiendan alas a otras significaciones lúdicas que subviertan a la misma lingüística. Sin perder, por supuesto, la esencia literaria, esto es, la hermosura total. (O)